17.11.24

La neurosis en la maleta

[Montanoscopia]  
 
1. Pesadísimo día en Málaga con la lluvia y las inundaciones. Pero todo estaba controlado, salvo los cuatro majaretas malagueños que no podían faltar en la calle. Desde fuera, sin embargo, era peor: nos veían como a valencianos en peligro. Por eso no cesaban de preguntarnos angustiados. Al cuarto o al quinto me di cuenta de que la angustia me la provocaban, bienintencionadamente, ellos.  
 
2. Pasé el día en mi gabinete elevado, oyendo la lluvia, viendo los vídeos de Málaga por internet, escribiendo sobre el último libro de Arias Maldonado y leyendo Casi de Bustos. Este se había quedado sepultado en el montón de los pendientes, pero cuando le dieron el Cervantes a Pombo le pregunté una cosa a Bustos y me acordé del libro. Al final no hubiera podido encontrar mejor momento de leerlo que el día lúgubre. Es un buen libro: limpio, con el tono adecuado y la realidad (cruda) recogida en las palabras acertadas. Volví a fijarme en eso que me viene interesando últimamente, cuando se da (no suele suceder): la imaginación expresiva. Es esto, y no la ficción, lo que distingue a la literatura.  
 
3. Mazón es un cadáver político y su putrefacción va afectando a Feijóo, que no lo suelta. Supongo que, en sus cálculos políticos, no quiere perder la Generalitat valenciana. Pero debería entregarla: cortar por lo sano. Es la historia de La pata de la raposa, de la que escribió Pérez de Ayala: la raposa (o zorra) que se roe a sí misma la pata atrapada en el cepo. Pero Feijóo no es una zorra, ni siquiera un zorro. Zorros son los psocialistas, unos genios en el arte de sacarles beneficio electoral a decenas de muertos. Lo han vuelto a hacer. (Los peperos, con Feijóo, también lo intentaron, claro; pero a ellos no les sale.)  
 
4. Wert sobre Puente: "No termino de ver esto de convertir en estadista cruce de Churchill y Adenauer a un miembro del Gobierno sólo por limitarse a hacer su trabajo por primera vez desde que fue nombrado". Es por pura comparación consigo mismo. Puente estableció su standard, Puente lo rebasa.  
 
5. "Pensé que eras de izquierdas", me recrimina uno por criticar a Sánchez. Así lo ven: uno es de izquierdas o de derechas no por las ideas, sino por la obediencia partidista. El capricho de cada líder es lo que marca qué es de izquierdas o qué de derechas. Aunque sea de hecho, respectivamente, de derechas o de izquierdas. Aquí resalta una vez más la tradición ovejuna española: su catolicismo, su clericalismo, su obediencia al que manda. El pensamiento crítico (no lo que ahora se entiende por tal, que es otra forma de beatería, sino el ilustrado) siempre fue una flor rara en este pedregal. El que se atreve a practicarlo nunca deja de recibir, precisamente, su pedrada. 
 
 6. Miren Arzalluz: ejemplar puro de la raza. Una rubia sofisticada, con carácter y conocimientos. Su padre le allanó el camino, empeorándoles la vida a los maketos
 
 7. Nuestros antifascistas tienen una entrañable peculiaridad: huelen fascismo en algún lado y no se dan cuenta de que es en ellos mismos donde lo huelen. Al fin y al cabo, son antifascistas de una democracia. De igual modo, detectan toxicidad en Twitter e ignoran que ellos mismos la producen (unos descarnadamente; otros embadurnada en cursilería y sentimentalismo). Ahora se van de Twitter huyendo de la toxicidad. Naturalmente, la acarrearán allá donde se instalen. Me recuerdan a los neuróticos que se van de viaje para escapar de su neurosis; neurosis que, como decía un psicoanalista, es lo primero que meten en la maleta. 
 
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14.11.24

Mapa completo de la posverdad

Los amigos catacumbistas decimos, medio en broma, medio en serio, que Málaga es la Nueva Atenas. Antonio Diéguez y Manuel Arias Maldonado parecen empeñados en probar que va en serio: todos los años publican algún libro y este 2024 llevan dos por cabeza. A los que hay que sumar el de Manuel Toscano, Contra Babel. Ensayo sobre el valor de las lenguas (Athenaica). Los de Diéguez son La ciencia en cuestión. Disenso, negación y objetividad (Herder) y Pensar la tecnología. Una guía para comprender el desarrollo tecnológico actual (Shackleton), del que escribí en mi última Montanoscopia. Y los de Arias Maldonado, Ficción fatal. Ensayo sobre 'Vertigo' (Taurus) y (Pos)verdad y democracia (Página Indómita). En este último, que acaba de llegar a las librerías, me detengo.
 
El regreso de Arias Maldonado a Página Indómita culmina el ciclo que inició en 2016 con la publicación en la misma editorial de la influyente La democracia sentimental. Entre tanto, el autor ha iluminado con su reflector epistémico, potenciado por su admirable integridad intelectual, variadas cuestiones desde el punto de vista del pensamiento politico: Antropoceno (2018), (Fe)Male Gaze (2019), Nostalgia del soberano (2020), Desde las ruinas del futuro (2020) y Abecedario democrático (2021).
 
En (Pos)verdad y democracia estudia la candente posverdad, los bulos, las fake news y su incidencia en la deriva iliberal de las democracias llamadas liberales. El rigor le impone a Arias Maldonado el análisis previo de qué sea la verdad, o los diferentes tipos de verdades, entrando de lleno en la problemática de la filosofía contemporánea. Su conclusión es que el descrédito de una supuesta verdad fuerte, ahistórica, encuentra en el pluralismo el marco adecuado para la búsqueda de verdades que se saben frágiles.
 
Por otro lado, su consideración realista de la lucha por el poder, con las artimañas no prioritariamente veraces de los partidos, y el componente emocional que prima en el electorado, le hace escéptico a la hora de pensar que la verdad pueda ser respetada en el juego político. No obstante, considera que la democracia no puede desentenderse, por un lado, de un horizonte de veracidad, para que haya algo parecido a una conversación pública; ni, por el otro, de un fundamento factual, para que los aspectos materiales al menos funcionen.
 
Lo más original del libro (estoy resumiendo abruptamente lo que es rico y matizado) es su resistencia a las inercias vigentes, que están siendo aceptadas sin más. El análisis de Arias Maldonado nos muestra que la posverdad ha existido siempre. Lo único nuevo es el nombre, y la potencia que ha adquirido por la digitalización. Esta, por otro lado, lo que nos ha permitido es saber en qué consistía realmente la opinión pública.
 
Pero lo más oxigenante, la prueba de la honestidad (valiente) de Arias Maldonado, es que muestra lo que suelen escamotear nuestros politólogos. Casi todos estos, por ideología, sectarismo o interés, dan ejemplos sesgados cuando analizan asuntos como la posverdad (y tantos otros). Es un gustazo ver, cuando son pertinentes las comparaciones, el procés junto al Brexit, el populismo de izquierdas junto al de derechas o Sánchez junto a Trump. De este modo, contra lo acostumbrado, (Pos)verdad y democracia ofrece el mapa completo: siempre ajustado a los datos y con el respaldo de una bibliografía exhaustiva.
 
Al final del libro (no sé si esto es un spoiler) comparece una figura que ya conocimos en La democracia sentimental. Escribe Arias Maldonado: "al ironista melancólico, hijo natural de la democracia liberal tardía que ha aprendido a tomar distancia sin por ello abandonar la escena, solo le queda seguir intentándolo. Y es su deber hacerlo".
 
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13.11.24

Este jueves en Sevilla


¡¡¡SUSPENDIDO!!! Está cortada la comunicación desde Málaga. Avisaré nueva fecha. Mis disculpas!

10.11.24

El sexo será robótico o no será

[Montanoscopia] 

1. No soy creyente y la fe se desprendió de mí como una hoja seca sin ocasionarme ningún trauma. Soy pagano, nietzscheano, y no echo de menos la religión. Pero en El tiempo de los lirios, el gran libro de Vicente Valero en que se sigue las huellas de san Francisco de Asís por la Umbría italiana, pendiente de su arte y su naturaleza, se acierta a plantear el asunto en otros términos: "En fin, ¿quién, si ha tenido una infancia católica, no piensa muchas veces en ella mientras pasea tranquilamente por las calles de Roma? ¿Y quién no ha acabado también preguntándose alguna vez si perder la fe significó en verdad entrar en razón y un acto de madurez, o simplemente una consecuencia más de la desidia y el aturdimiento con que inauguramos la edad adulta?". 

2. Pasado el enojoso momento de la responsabilidad, saldado con 220 muertos, 50 desaparecidos, devastación y ruina, nuestros políticos (del PP y del PSOE, más sus periodistas afines, que no hacen periodismo sino política por otros medios) ya están en su salsa: acusándose mutuamente de irresponsabilidad. En esto pueden estar tranquilos, porque todos tienen razón. 

3. Me lamentaba de que se hubiera pasado el tiempo de los chistes sobre Errejón (¡duró tan poco!), cuando Mercutio dijo algo genial: "Errejón hasta está fuera de los chistes. Errejón ya está con los enanos, los gangosos y los de Lepe". 

4. Pablo Iglesias tras la victoria de Trump: "Toca radicalizarse". ¿Cómo piensa hacerlo? ¿Quemando su chalet? 

5. Catalanes que se tragaron todo el procés sin chistar hablan ahora de la amenaza nazi que se cierne sobre Estados Unidos. El ser humano es básicamente una parodia. Y el ser humano catalán no digamos. 

6. Nuestros trumpistas, que no sé de dónde sacan la visión tan alta que tienen de sí mismos, se ríen de la histeria de los antitrumpistas perdedores. Se olvidan de la histeria de cuando los perdedores fueron ellos, con aquel risible bisonte. 

7. Lo de nuestro liberalismo rendido a Mr. Aranceles es de no creer. Falta de honestidad intelectual (¡político-intelectual!) por todos los flancos. 

8. La editorial Shackleton publica el libro que Antonio Diéguez, catedrático de Filosofía de la Ciencia por la Universidad de Málaga, escribió durante una estancia en Oxford: Pensar la tecnología. Una guía para comprender filosóficamente el desarrollo tecnológico actual. Es su segundo libro este año; del primero, La ciencia en cuestión, escribí aquí. En Pensar la tecnología el lector no echará en falta ninguno de los grandes (y a veces graves) asuntos tecnológicos de hoy, de la inteligencia artificial a la biotecnología, pasando por las implicaciones de la tecnología para la democracia o el cambio climático; en todos combinando los análisis y las reflexiones con los ejemplos. Por estos últimos, la lectura resulta muy plástica. Resalto el equilibrio del libro, que no es ni apocalíptico ni tecnoutópico, sino crítico con ambos extremos y desarrollado con un pensamiento propio, de carácter abierto, bien fundado en las investigaciones científicas y en los datos empíricos. Se trata de una obra ejemplarmente antidogmática. Hay dos sintagmas de la introducción que dan las claves de su tono. En uno dice Diéguez que se propone "decir algo bien medido". En otro, que su objetivo es "arrojar algo de luz". La apariencia modesta de ambos sintagmas no puede ocultar una noble ambición, para mí plenamente cumplida. 

9. En la presentación de Pensar la tecnología en Málaga le pregunté a Diéguez por los robots sexuales. Luego le wasapeé a otro amigo que mi vida es ya solo un esperar a que estén operativos los robots sexuales. Tuvimos este dialoguillo a partir de su respuesta: 
    –Necesitamos satisfayers con perspectiva machista. 
    –Somos Dantes que ya solo esperan su Beatriz satisfayer. 
    –El dolce stil nuovo del sexo. 
    –El romanticismo nos ha conducido a la robótica. 
    –El sexo será robótico o no será. 

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8.11.24

La Naturaleza es Donald Trump

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:13:06
 
Buenas noches. El amor por la Naturaleza, con ene mayúscula, ha hecho que se la considere una especie de mascota gigante, de mascota total. Es como si el planeta entero fuese nuestra mascota y lo llevásemos plácidamente del collar, como un perrito. Pero no, lo que llevamos del collar es un tigre hambriento. Y encima lo del collar es una ilusión: lo llevamos al lado sin collar, dispuesto a devorarnos. Lo más parecido a la Naturaleza sería esa Moby Dick que tanto le gusta a Rafa Latorre: una ballena indomable que viene a por nosotros. Pero la comparación se queda corta. Yo creo que la Naturaleza es Donald Trump: un Donald Trump absoluto, dentro del cual vivimos. Somos piojos en el tupé amarillento de Trump y estamos a expensas de que nos descabalgue de un manotazo, por puro capricho o porque le picamos. Eso es la Naturaleza, eso es Trump. A este se le ha comparado con Nerón, y eso es la Naturaleza también: un Nerón que toca el arpa mientras nos consumen las llamas que él mismo provocó. Quienes aman la Naturaleza es esto, y ninguna otra cosa, lo que aman. Las inundaciones de estos días, incompetencia de los políticos aparte, son obra de la Naturaleza. Está muy bien que cuidemos a los gatitos y que nos encariñemos con nuestras entrañables tortuguitas. Pero que esto no nos haga olvidar que la Naturaleza es una película de terror. No ha faltado quien ha dicho que la Naturaleza simplemente se venga por lo que le hacemos los seres humanos. Pero ahí se ve cómo es la tía: ¡vengativa, despiadada, cruel! Como decían los romanos: Cave canem. Cuidado con el perro. Es decir, ¡cuidado con la Naturaleza! ¡Ese frívolo Nerón que canta mientras ardemos! ¡Ese Donald Trump en cuyo amarillento tupé habitamos!

7.11.24

Lo catastrófico es político

Se solapan catástrofes: naturales, políticas. A la riada de Valencia le sucede, montándose en ella periodísticamente, la victoria de Trump. Los sanchistas dan la nota en unas y en otras. Ellos son también una catástrofe: el peso muerto de España; un tercio permanente del electorado, nada menos. El 23-J del año pasado remataron la catástrofe política española, en la que aún seguimos.

Yo soy antisanchista y soy antitrumpista: las dos cosas simultáneamente, y por los mismos motivos. Soy (con dos o tres en España, no más) la mortadela del sándwich de la Historia. España se ha llenado de ganadores: los ganadores del trumpismo, los ganadores del sanchismo. Los perdedores somos los cuatro mortadelos: los dos socialdemócratas antisanchistas y los dos liberales antitrumpistas que debe de haber como mucho. ¡Unos desgraciados!

El festival ahora, incluso desde el más furibundo antitrumpismo como es el mío, está en las vacas sin cencerro de El País y la Ser: Pepa, Àngels. Si se limitaran a denostar en Trump lo que es exclusivo de Trump... Pero no, denuestan en Trump lo que adoran (¡trumpistamente!) en Sánchez. Dice Pepa calentito sobre Trump que su victoria ha sido un "triunfo de la desinformación" y que las urnas "lo han indultado de todas las mentiras que ha ido contando". Te tienes que reír. A mandíbula batiente.

Pero estábamos en la riada, en la terrible desgracia negligente. "El 98 del 78", como ha dicho Monsalvo. El desagüe (perdón por la proximidad semántica) de todas nuestras incompetencias y miserias. Un desastre a lo grande, porque todo estaba copado ya por los pequeños. Ha sido la cumbre (¡sotánica!) de la "selección adversa" de los políticos españoles de la que hablaba Bayón hace veinte años. Han ido subiendo en los partidos y ocupando todos los puestos de los partidos y sus extremidades institucionales los peores de la sociedad. Los peores en términos absolutos: los más ignorantes, los más zafios, los más inútiles. Los delincuentes civiles.

El patético Mazón del PP, al que por cierto se debe seguramente el renovado mandato de Sánchez, por su saltarín pacto con Vox antes del 23-J, tras las municipales y autonómicas de 2023. El pacto que desató todos los demás, espantando (¡con justicia!) votantes en las generales. Esos son nuestros políticos, del PP, del PSOE y de todos los demás partidos: tipos que solo han demostrado, cuando llegan al poder, que han sabido hacer tres cosas, trepar en el partido (inevitablemente con puñaladas), engañar al electorado y maniobrar para obtener la poltrona. Luego llega la catástrofe y no saben nada. Por eso se acoplan a la catástrofe tan guapamente: es una de las suyas. La destrucción que ocasionan es conjunta.

Y lo del Gobierno, escalofriante. Estas palabras de la ministra de Defensa (se apellida Robles pero es un alcornoque): "Yo no sé si es una emergencia nacional. Estaba centrada en Valencia". Algo en consonancia con las ya tristemente célebres del presidente: "El gobierno central está listo para ayudar [...] Si necesitan más recursos, que los pidan [...] Si no tienen recursos suficientes, que los pidan". Al final, observen la profundidad de la catástrofe, es una cuestión conceptual: el país no es cosa de ellos. Lo de Sánchez es muy fuerte: nadie ha hecho tanto por mandar y nadie ha mandado menos. No pinta nada. Es un figurín, un presidente de escaparate.

Última hora: como señala Máiquez, el Estado ha destinado recursos en plena catástrofe (con calles todavía enfangadas e inutilizadas, comercios y puestos de trabajo arrasados, más de 200 muertos) a detener a los vecinos que le pegaron con un palo al coche del presidente. El trumpismo está aquí.

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4.11.24

En el podcast Prólogos



Los amigos del podcast Prólogos, Marta Suárez y Diego Urteaga, me invitaron el 2 de octubre a la biblioteca Eugenio Trías de Madrid para hablar ante el público allí presente de mis dos libros editados por Sr. Scott: Zona de confort y Oficio pasajero. Justo un mes después está disponible el audio: aquí y en las demás plataformas. (Foto del editor.)

3.11.24

La riada se lo ha llevado todo

[Montanoscopia] 1. La riada se lo ha llevado todo, hasta los chistes sobre Errejón, que empezaban a constituir un pilar de mi cotidianidad. Ahora, como siempre ocurre con las catástrofes cuando no te han tocado directamente, la cotidianidad es justo la cuestión: por un lado, la sombra de la desgracia presente pero lejana en cada uno de nuestros gestos; por el otro, la conciencia de su fragilidad y la fruición que produce su disfrute, aun con aquella sombra. Uno tiene que limpiar de la propia vida el barro, que es lo que harían también las víctimas si pudiesen. Eso sí: con una redoblada conciencia de su provisionalidad. (Y el aliento de la pena.) 

2. Acababa de leer Los extrañados, de Jorge Freire, cuando sucedió la desgracia en Valencia. Me parece el mejor libro del autor hasta ahora, escrito con un estilo sereno y de una rica imaginación expresiva: la clave de la literatura. Creo que Freire se consagra como gran escritor. Sus cuatro retratos son estupendos y originales. El que más me interesaba era el de José Bergamín, por eso, aunque va el segundo, me lo leí al final, tras los de P. G. Wodehouse, Vicente Blasco Ibáñez y Edith Wharton, también muy buenos. Freire destaca el libro de aforismos de Bergamín La cabeza a pájaros. Yo lo leí de adolescente con El cohete y la estrella, editados por Cátedra en un volumen doble y breve. Lo abro y sale este: "El cohete es una caña que piensa con brillantez". Mi favorito es este otro: "¿Para qué saber a qué carta quedarte, si de todos modos no te vas a quedar?". Solía citarlo Fernando Savater, que le dedicó una necrológica preciosa a Bergamín: "Bergamín levanta el vuelo" (recogida en Instrucciones para olvidar el Quijote). Decía Savater: "Es la única persona que he conocido a la que se le podía hacer rabiar con solo darle la razón". Sus últimos años están también en Pisando ceniza, en que Manuel Arroyo-Stephens narraba memorablemente su relación con el escritor. El último episodio es el de su muerte, que tuvo lugar durante las inundaciones del País Vasco de 1983. Bergamín vivía allí y Arroyo cuenta su odisea para llegar al entierro. Me ha gustado la historia complementaria de Freire, con los detalles de los denuestos de Bergamín contra la Transición. Magníficas frases todas (como, en 1978, "la coronación referenduménica constitucional que al parecer se nos impone a los españoles tramposamente"), y admirables por lo que tienen de indomables, de intempestivas. Pero lo cierto es que su posición solo le dejaba el aplauso posible de algún ultraderechista y de la izquierda abertzale de ETA: la topología enojosa de no estar con la democracia real. Termina el capítulo de Freire: "La muerte de Bergamín el mediodía del 28 de agosto de 1983 coincide con un temporal de lluvias e inundaciones que hace que la noticia pase inadvertida". Y poco después de mi lectura volvió a ocurrir en Valencia. 

3. Desde el 11-M (malditamente inclusive) nuestras desgracias ya son dobles: tenemos la desgracia en sí más el espectáculo infamante de la lucha partidista, entre políticos, periodistas y la afición en general, por ver si sacan tajada carroñera. El estómago le pide a uno que otra riada se los lleve a todos. Pero por fortuna se impone la razón y cambia el anhelo: que sigan vivos, abandonados a su ser, condenados a su miseria. Como hizo Cioran una noche con una cucaracha. 

4. La riada se ha llevado de paso el Estado de las autonomías, que es nuestro Estado: no funciona. Fin del ciclo virtuoso de la Transición. 

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30.10.24

Un premio fruto del chapapote

El ministro Urtasun elimina el premio nacional de Tauromaquia y le da (lo da él, técnicamente) el de las Letras Españolas a Manuel Rivas, que del arte literario solo conoce el descabello. El socavón de calidad es tan abrumador que constituye un escándalo, también político. Muy en la línea de este Gobierno, por otra parte.

Un premio que aún no han recibido Félix de Azúa, Fernando Savater ni Andrés Trapiello, los mejores prosistas españoles vivos, los tres con más de setenta años, lo recibe uno con menos de esa edad cuyo uniquísimo mérito literario es haber acertado a poner la palabra "ornitorrinco" al final de un cuento. Bueno, esto es lo que había en mi memoria. Consulto el libro, ¿Qué me quieres, amor?, y lo que dice es: "¡Sapo! ¡Tilonorrinco! ¡Iris!". Vale también. Son las palabras que el maestro republicano le enseñó al niño y que el niño le grita como insultos, integrado en la turba, cuando se lo llevan preso en el camión. Por lo demás, en la adaptación al cine, La lengua de las mariposas, lo suprimieron. La película (dirigida por José Luis Cuerda con guión de Rafael Azcona) es mala (salvo en la interpretación de Fernando Fernán Gómez), el cuento es malo, el libro es malo y la literatura toda de Rivas es mala. De hecho, no creo que sea ni literatura, sino un subproducto sentimental trufado de ideología torticera. Por esto, por la ideología torticera, lo ha premiado Urtasun, naturalmente.

Pongo las cartas sobre la mesa, para que mi cretinismo relumbre: de Rivas solo he leído ¿Qué me quieres, amor?, y en la traducción del gallego al castellano. Luego solo he picoteado otros libros suyos, sin que nada me hiciera intuir que mereciera la pena leerlos. Mi juicio sobre su obra, además de tajante, es infalible y se fundamenta en mi asombrosa capacidad de establecer el valor de un autor (funciona mejor con los malos) por ósmosis.

Sí he leído sus artículos en El País, hasta que dejé de leerlos: uno tiene que cuidar con la edad su salud, sobre todo la moral. La bilis disfrazada de miel de sus artículos, el runrún lánguidamente galleguiño con un puro propósito inquisitorial, esa plasta tan autocomplaciente de sentimentalismo sectario, me sentaban mal. Todo tenía un enfoque partidista, para atacar al PP. Si te dibujaba un crepúsculo bellísimo desde la Costa da Morte, lo cruzaba una gaviota con cara de Aznar a la que había que escupirle. En el chapapote se cumplió el tipo, como escritor y como todo. Fue su cumbre, el chapapote. (De aquel chapapote viene sin duda el lodo de su premio.)

Siempre recordaré (lo escribí en mi blog –ya lo quité– en 2008) el día en que unos jóvenes antidemócratas atacaron a María San Gil en la Universidad de Santiago de Compostela. Tras intentar pegarle (lograron herir a un escolta), la insultaron y le gritaron: "Ojalá te mate ETA". Esos energúmenos, estudiantes gallegos, eran hijos putativos de Suso de Toro y Rivas, entre otros: emulsiones de su chapapote moral. Esperé con morbo la columna de Rivas de aquella semana, para ver cómo este campeón antifascista no hablaba de lo fascistas que le habían salido sus hijos putativos... Como era previsible, ni mu del asunto. En vez de ello, sus mantras de siempre contra el PP: repetidos sin resquicio, como si tuviera miedo de que se le colase en la mente un airecillo ajeno al dogma.

Pero a mí me da pena que el premio no se lo hayan dado a Suso de Toro: en esa gama, la apuesta de Urtasun hubiera sido más desfachatada aún.

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PD. En el mismo número de The Objective aparece un artículo de Juan Marqués elogioso con mi denostado; lo pongo porque me gusta que sea así (en el periódico la voz de cada cual es una voz entre otras): "Manuel Rivas y el mundo que se oculta en el paisaje".

27.10.24

Errejón y el arrasamiento de la sintaxis de la intimidad

[Montanoscopia]  
 
1. La dimisión de Errejón y su voladura política le ha servido de alivio al Gobierno en una semana nefasta, entre otras cosas, por las informaciones de The Objective sobre la trama corrupta ligada al exministro (y exsecretario de organización del PSOE) Ábalos. Durante unos días solo se ha hablado de Errejón y su conducta sexual. Pero resulta que el partido de Errejón forma parte de la coalición de gobierno. Por lo cual el alivio del Gobierno es a costa de la pérdida de una de sus piezas. Imposible no acordarse del "¡Más madera!" de Groucho Marx: para que siga marchando el tren, hay que ir echando en la caldera trozos de ese tren.  
 
2. Todos los chistes sobre Errejón los he gastado en Twitter (chistes mayormente de pichas: ¡no me pidan inquisición, lo mío es carnaval y vodevil, incorregible frivolidad!). Para aquí me reservo una reflexión sobre el arrasamiento de la sintaxis de la intimidad que ha supuesto el predominio de la ideología. Lo de "lo personal es político" ha devastado lo personal y embrutecido lo político. La incapacidad de Errejón para explicarse, como hemos visto en su tortuosa carta, prueba que el procesamiento ideológico de la realidad es una basura. No vale para comprender ni vale para la vida. El conflicto entre persona y personaje del que habla Errejón se salda, como se ha dicho, con la derrota de la persona en su carta; esta solo acierta a balbucear engrudos ideológicos producidos por su personaje: que si la "subjetividad tóxica", que si el "patriarcado" o el "neoliberalismo"... No ayudan, desde luego, papanatas como Javier Aroca, que insiste en lo del neoliberalismo, u Octavio Salazar, que dice que todos los hombres llevamos un Errejón dentro (generalización insultante que pretende encubrir quizá una confesión propia: ¡sácate a tu Errejón, Salazar!).  
 
3. La precaria sintaxis de la intimidad de estos ignorantes políticos de la nueva política es algo precisamente nuevo: antes no era así. Todavía en los años ochenta, en la izquierda, estuvo la poética de la "otra sentimentalidad" de Luis García Montero y algunos poetas de su generación, que sabían indagar en sí mismos y articular un discurso íntimo (en comunicación con lo público). Y antes la de la generación de los cincuenta, con Jaime Gil de Biedma como gran sintáctico íntimo. Un poco mayor que este era Jorge Semprún, a cuya sintaxis íntima he asistido recientemente con mi lectura de su libro La escritura o la vida y el visionado de la película de Alain Resnais, de la que Semprún hizo el guión, La guerra ha terminado. Es otro mundo. Por estas comparaciones nos podemos hacer cargo de las dimensiones de la devastación.
 
4. Para mí el Ventoux es un monte totémico y leo cuanto puedo sobre él. Hay una curiosa bibliografía, que empieza con la carta en que Petrarca narra su ascenso a pie en el siglo XIV, Subida al Monte Ventoso, y pasa por las crónicas de las gestas (y tragedias) ciclistas en el Tour, como las recogidas en Cumbres de leyenda, de Carlos Arribas, y Plomo en los bolsillos, de Ander Izagirre. Ahora se ha publicado Un ascenso al Mont Ventoux, del naturalista del siglo XIX Jean-Henri Fabre, cuya atención se centra en la vegetación y los insectos de la subida. Una delicia que elogió en su día Gerald Durrell. Junto a este estoy pasando una temporada de felicidad en Corfú, gracias a la serie sobre su familia: Los Durrell. Me la perdí en su día, pero así es mejor, porque la felicidad de entonces ya se hubiese pasado y en cambio la estoy teniendo ahora. 
 
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25.10.24

Contra los hermanos Machado

[La Brújula (Opiniones ultramontanas)] 
 
Buenas noches. A mis hits en La Brújula (reconozco que odiosos, ¡pero así funciono!) de que Tolstói es un piernas y los Beatles son la tuna, añado otro más odioso aún: los Machado son los hermanos Calatrava de la literatura española. Nota para los jóvenes: los hermanos Calatrava eran unos caricatos sin gracia; y encima feos, solo que, como había uno más feo que el otro, este era conocido como "el guapo". Así ha sucedido con los hermanos Machado. Antonio y Manuel son unos piernas (¡tolstoianos!) de la poesía, o mejor dicho, del ripio; pero como Manuel es peor poeta que su hermano, Antonio es conocido como "el bueno". Pero también era malo, y la prueba es que acabó de letrista de Serrat (gracias a lo cual este ha recibido hoy el Princesa de Asturias de las Artes: ¡nunca se premia lo bueno!). La detestable política al menos nos ha permitido durante décadas comernos a uno solo de los Machado, Antonio, exaltado en la Transición por su republicanismo frente al franquista Manuel. La parte pesada es que a Antonio se le tomaba por san Antonio, un poeta obligatorio con el que había que comulgar en la escuela y el instituto, y que le daba nombre a centros culturales, calles, plazas y hasta (como ocurre en Málaga) a paseos marítimos. Ahora, con la exposición esa de Sevilla y la rehabilitación de Manuel, nos vamos a tener que comer a los dos. ¿No querías Machado? ¡Pues toma dos tazas! Los Machado representaban a las dos Españas, y por eso Antonio escribió lo de: "Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios: / uno de los dos Machado / ha de helarte el corazón". Pero ya no es uno de los dos Machado: ¡ahora son los dos Machado! Tan fraternos y cargantes como los Calatrava.

24.10.24

Variaciones sobre la muerte

Es cierto que Almodóvar ya no pisa la calle, pero ¿quién la pisa? La calle, no el yo, es la odiosa. Lo que hay que hacer es lo que hace Almodóvar: quedarse en el búnker (una mansión en su caso, un cuartucho en el mío) forrado de colchones culturales hasta que todo esto pase. Es decir, la vida.
 
Cuando se está fuera de su curso, quedan solo dos diálogos posibles: con la cultura y con el tiempo; o sea, respecto a esto último, con la existencia despojada. Hay una estilización existencial, una simplificación. Queda lo que se ha hecho a lo largo de los siglos para pasar la vida y queda el fin de la vida.
 
El fin físico, porque hay un fin anterior. Me ha sorprendido que en La habitación de al lado, la nueva película de Pedro Almodóvar (que es de la que estoy escribiendo), se diga una frase que leí en El sexo y el espanto, de Pascal Quignard (no sé si se le ha ocurrido a su vez a Almodóvar, si viene en la novela de la que ha hecho el guión, Cuál es tu tormento, de Sigrid Nunez, o si Almodóvar está citando implícitamente a Quignard): "Lo contrario de la muerte no es la vida, sino el sexo".
 
Hasta que se dice esa frase, yo estaba esperando algún encuentro sexual en la película. A modo de despedida corporal de los placeres. Pero no, el ámbito ya es tanático. Las preciosas casas de la película, el precioso hospital, todos con vistas, son ya sarcófagos (coloridos). De sexo solo se habla fuera, en el igualmente precioso jardín: pero es un sexo pasado, como de paraíso pasado. (Se me ocurre otra frase, a propósito de lo que dije al principio: "Lo contrario de la muerte no es la vida, sino la calle".)
 
Fuera (además del excurso de la guerra y el del incendio) se habla también de apocalipsis climático, como de muerte global futura. Es la muy comentada secuencia de la turra de Turturro, en la terraza del restaurante campestre, con río. Pero si es una prédica del director, como se ha criticado, este se la toma con ironía, porque Julianne Moore le reprende. Tal vez Almodóvar se dé cuenta de que es un bobo en la vida y deje solo para las películas su inteligencia. Sería un logro aristotélico, porque es en las obras donde el artista se da en acto, con sus potencialidades cumplidas, permanentemente.
 
La muerte colectiva, en cualquier caso, no viene a cuento en una película que habla de la muerte individual, con el radicalismo de lo irrepetible. El mundo que se deja. Las últimas miradas, de la mujer que sobrevive y de la que muere (aquí Tilda Swinton, en algunos planos transmutada en Richard Widmark). En las variaciones sobre la muerte que ofrece Almodóvar en La habitación de al lado no podía faltar la de la muerta que sobrevive y ve por un instante cómo sería el día sin ella: cuando aparece tras la cristalera como una mancha de luz blanca y encuentra a Moore llorándola. Suena una música (enorme Alberto Iglesias) entre de Tristán e Isolda y Vértigo.
 
Y están las referencias culturales, las que acolchan el búnker y lo hacen en un sentido profundo habitable: Dora Carrington, Lytton Strachey, Leonora Carrington, Virginia Woolf, Buster Keaton (Siete ocasiones), Roberto Rossellini (Te querré siempre) y sobre todo Edward Hopper y James Joyce: estos últimos, el sol (Gente al sol) y la nieve (Los muertos); gente al sol como si estuviera muerta. Tres veces se repite el último párrafo de la novela corta de Joyce y las tres veces emociona, con gradación creciente.
 
Entre las tontas declaraciones de Almodóvar están las de que tener un hijo es un gesto egoísta. Puede que lo sea, como lo son las casas y las ropas de lujo de Almodóvar (¡y hasta su melodramático apoyo a Sánchez!). Pero en la película (definitivamente le ha dejado a su cine el monopolio de la inteligencia) hay el mayor canto al engendrar que ha habido en el arte en mucho tiempo. En esta ocasión, de estirpe platónica.
 
Fue Eugenio Trías el que señaló esa raigambre inesperadamente nietzscheana de Platón: los hijos como inmortalidad inmanente; la vida que se renueva por los cuerpos, en la tierra, sin necesidad de trasmundo. Algo compatible con la eutanasia (o el suicidio) que defiende la película: admirablemente coherente Almodóvar aquí, fiel al sentido de la tierra (pertinente, pues, el ataque al policía integrista). El director lo propone cuando, después de la muerte de Swinton, aparece la hija (vivo retrato de la madre, aunque ya sin destellos widmarkianos) por la misma cristalera y se coloca en la misma tumbona al sol.
 
Reservaba además Platón (y Nietzsche y Trías) una inmortalidad terrenal al que no tiene hijos pero sí obras. Así Almodóvar con sus películas. La habitación de al lado, como película perfecta (así la ha calificado el fino cinéfilo Pablo Muñoz, contra tanto cabeza de chorlito de estragado gusto; son los túrricos Turturros de enfrente) y bellísima, hábil en el arte de contener la emoción para que no resulte fraudulenta, es ya una cápsula que seguirá enseñando en la vida lo que es la muerte y lo que fue la vida (y la calle, y el sexo).
 
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20.10.24

Insufrible ping-pong de corrupciones

1. La fecundidad del surrealismo tal vez se deba a la combinación de lo pasional y lo antisentimental; en este sentido, vendría a ser un romanticismo higiénico. Guillaume Apollinaire preparó el camino con su sentimentalismo zumbón, histrionizante. Tras las gamberradas definitivas de Dadá, en las que participó André Breton, este inauguró un nuevo movimiento de afirmación, de ascensión: el surrealismo. Se trataba de reencantar el mundo. Se han cumplido cien años del primer manifiesto y para mí la mejor introducción es el artículo "El surrealismo" que escribió Octavio Paz en 1954 (está en su libro Las peras del olmo). Algunas expresiones cazadas al vuelo: la verdadera vida, los fantasmas del deseo, lo maravilloso cotidiano... Y este párrafo: "En Arcano 17, André Breton habla de una estrella que hace palidecer a las otras: el lucero de la mañana, Lucifer, ángel de la rebelión. Su luz la forman tres elementos: la libertad, el amor y la poesía. Cada uno de ellos se refleja en los otros dos, como tres astros que cruzan sus rayos para formar una estrella única". Aunque hay una cierta claudicación en el cambio del título de la revista inaugural del surrealismo por el de la siguiente, de La revolución surrealista a El surrealismo al servicio de la revolución (que en realidad indica que los surrealistas se querían tomar las cosas en serio), Breton se mantuvo siempre íntegro y fue de los primeros que denunció a Stalin. Su figura magnética emociona en retratos vivos como el de Sarane Alexandrian en Breton según Breton o en los capítulos dedicados al surrealismo de Revolucionarios sin revolución de André Thirion. Albert Camus dijo algo bellísimo de él en El hombre rebelde: "En su perro tiempo, y no se puede olvidar esto, es el único que ha hablado profundamente del amor. El amor es la moral angustiada que ha servido como patria a este exiliado". Contra lo que repiten los bobos, fue un gran poeta. Baste este verso de La unión libre: "Mi mujer de sexo de alga y de bombones antiguos". O estos de En el camino de San Romano: "La poesía se hace en la cama como el amor / Sus sábanas revueltas son la aurora de las cosas". 

2. Después de hablar de Breton solo se puede hablar de Sánchez como de un fantoche tipo Ubú (Breton fue un gran admirador de Alfred Jarry, le dedica un capítulo exaltante en Los pasos perdidos). Después del Ubú rey de Jarry, estuvo el Ubú president de Els Joglars y ahora está el Ubú presidente que se ha montado Sánchez solito, alentado por el aplauso de los suyos. Es un patán asombroso: diciendo vaciedades contra los bulos, cuando el bulo es él; contra el fango, cuando el fango es él; y contra los enemigos del Estado de derecho, cuando no lo hay mayor que él. Habla también contra la crispación, mientras crispa más que nadie y, como buen Ubú, nos mete el palitroque por las onejas

3. La usual inercia de apoyar a cualquier gobierno que se presente como de izquierdas, haga lo que haga, por parte de nuestra intelectualidad y de nuestro, así llamado, mundo de la cultura, les ha jugado una mala pasada a los que apoyan al actual: su abyección los ha arrastrado a ellos hasta unos límites de subterraneidad irreversibles. No van a salir indemnes. Es muy grave lo que han callado o consentido, lo que han aplaudido. Lo pagarán. 

4. La condena a Zaplana nos recuerda que el PP forma parte de este asqueroso pastel. Las corrupciones del PP y el PSOE sirven de coartadas recíprocas. ¡El insufrible ping-pong! 

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17.10.24

El oído de Van Gogh

Es una lástima que en español "oreja" y "oído" sean cosas distintas, a diferencia del inglés, que para ambos usa "ear". Así pierde la plenitud de su gracia el chiste de Billy Wilder en Bésame, tonto, en que sobre uno de los musicastros locales de la película se dice: "He has Van Gogh's ear for music". Tiene el oído (¡la oreja!) de Van Gogh para la música. La oreja cortada, naturalmente.

Del grupo La Oreja de Van Gogh, que no me gusta, podría decir también que tiene el oído (¡la oreja!) de Van Gogh para la música. ¡Debería haberse llamado Van Gogh's Ear y así habría encajado el chiste de Wilder en su plenitud! Pero nadie es perfecto.

Ahora La Oreja está en boca de todos porque los talluditos del grupo han expulsado a la cantante, como ya hicieran de jovencitos con la otra cantante. Detecto una tendencia en los que eran jovencitos y son talluditos: expulsar a las cantantes, a modo de feminicidio musical, para quedarse ellos solos. Todas las fotos de talluditos son devastadoras, devastación que cantaba más que nunca en los Orejas por su contraste con la cantante.

Viendo una de esas fotos últimas, y eliminando mentalmente a la cantante, he descubierto cuál es la ambición secreta de los Orejas: ¡ser los Hombres G! Estos son talluditos sin el contraste de ninguna cantante: íntegramente talluditos. Sin embargo, para mí los Hombres G, que tampoco me gustan, tienen igualmente el oído (¡la oreja!) de Van Gogh para la música. Digamos que los Hombres G son una Oreja de Van Gogh sin tía. Esto les ha ahorrado desde el principio el papelón de ejercer el feminicidio musical como los Orejas.

Mi problema con la música es muy simple: solo me gusta la brasileña. Esta te acostumbra a unas sutilezas, a unas complejidades armónicas –incluso si no se entiende de música, como es mi caso; pero el oído (¡la oreja!) se acostumbra– que hace que todas las demás músicas te parezcan marchas militares. El chunda-chunda tanto de La Oreja de Van Gogh como de los Hombres G serviría para invadir Polonia.

Mi biografía musical se resume rápido. En casa sonaban Manolo Escobar, Juanito Valderrama y similares; mi autonomía infantil se limitaba a poner los casetes de Los Payasos de la Tele. Y además, por supuesto, lo que sonaba en Aplauso, etcétera, y en la radio (¡El Búho Musical, programa malagueño!). Luego llegó la Movida (¡tras un brevísimo paso por Serrat y Perales, y un revival de los Beatles cuando mataron a Lennon!) y durante los ochenta solo escuché aquella música, española y extranjera; más la clásica, a la que me aficioné en el mismo periodo. Pero a principios de los noventa llegó la brasileña y se acabó: se lo chupó todo. Me comió íntegramente la oreja (¡y el oído!), taponándola para las demás.

Pero destaco ahora el efecto de la música que no me pongo pero que se me cuela, porque suena por ahí. A veces te pilla a traición y te conmociona una melodía que ni sabías que tenías dentro: "La fuerza del destino" de Mecano o la propia "Venezia" de Hombres G. La música popular, las musiquillas del desorejado Van Gogh, que te destrozan tantos momentos cotidianos con su insistencia, de repente se han llevado el tiempo que saboteaban y lo contienen.

No son los olores magdalenescos de Proust, sino las musiquillas desoídas las que te abofetean con sus orejazas de Dumbo y te traen inesperadas briznas del pasado, o del tiempo completo. Instante en que a uno no le queda más remedio que echarse a llorar. Desorejadamente.

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13.10.24

Cuchillas de doble hoja contra el sanchismo

[Montanoscopia] 

1. Las risotadas contra el sanchismo, en este momento de explosión de su podredumbre, son cuchillas de doble hoja: también nos desgarran por dentro. Es el país el perjudicado. Sánchez se irá por el sumidero, a su triste puesto entre los peores de la historia de España (en su caso, subsección mediocres), pero tardaremos mucho en recomponernos. Tiene difícil solución la tierra arrasada que deja, no ya en las instituciones, sino ante todo entre sus cómplices, entre los silentes. En cuanto a mí: ojalá me libre pronto del desprecio que siento por tantos, que también me corta. 

2. El silencio de los silentes: no es estático, sino dinámico. Cuanto más grave es la situación, más grave es el silencio. 

3. Mi corazoncito está con Jésica, estudiante de odontología. Instalada en la Torre de Madrid por Ábalos, le escribía a Koldo (asesor del entonces ministro) porque el congelador pitaba. Contratiempos domésticos en aquellas alturas que me enternecen. Conozco bien la Torre, porque un amigo mío vivía en el piso 23. Otro amigo, empresario gay, se traía muchachitos de provincias y los tenía alojados en unas oficinas lujosas pero desoladas. Una tarde me asomé y había uno, guapo, animoso, comiéndose un bocadillo de jamón york. Leo (no sé si es broma) que a Jésica la llamaban "la 20 minutos". Es tristísimo y también bellísimo, con punzada. Esas vidas precarias, relacionadas con la belleza y el placer: dones fungibles. Solo me sale al pensar en ella lo de una canción de Caetano Veloso: "Eu canto pra Deus proteger-te". 

4. Me gusta la nueva premio Nobel, la coreana Han Kang. Digo que me gusta ella, que es más o menos de mi edad; su literatura no la he leído. Como siempre, se han sucedido las bromitas. Ocurre casi cada año, incluido el de Szymborska, que resultó ser una maravilla. Todos los premios son engañosos y el Nobel, que es el premio mayor, es el más engañoso: introduce una especie de final feliz en la vida de los escritores. Final sí que es con frecuencia, porque el Nobel los aplasta; pero que sea feliz estará por ver, como en todas las vidas que siguen. Los libros, por otra parte, solo tienen un final feliz posible: que se cumplan en un lector, con o sin premio. 

5. El ministro Urtasun me ha resuelto un dilema que yo venía teniendo: cómo comportarse con las autoridades cuando son impresentables como las del Gobierno del que forma parte el ministro Urtasun. ¿Hacer abstracción de la impresentabilidad del individuo que ostenta el cargo y ser educado con lo que representa, que es la voluntad popular, o no? Urtasun, al maleducadamente no aplaudir al Juli cuando este recibía el premio nacional de Tauromaquia (suprimido por Urtasun), me indica el camino: no hacer abstracción de los impresentables, que ni el que hagamos abstracción de ellos mismos se merecen. 

6. Ha pasado una semana y ningún diputado del PP (ni de Vox) ha renunciado a su escaño por haber votado una reforma legal que no se leyó: tendrían que haber renunciado todos. El sanchismo es una danza a dos, en la que también participa la oposición inoperante. Tautológicamente: cuando un partido gobierna es porque el otro no se lo ha ganado. 

7. Brasas anuales que, desde la muerte de Franco (que nos pilló de niños), jamás padecimos los de mi generación: la del 18 de julio, la del 12 de octubre. La pseudoizquierda las ha reinstaurado, con sus insufribles recordatorios; y saltan con igual pesadez los de enfrente. Es un franquismo invertido (¡exactamente las mismas fechas de Franco!) el de esta España insoportable. 

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11.10.24

A favor de las despedidas de soltero

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:21:19
 
Buenas noches. Mi condición de bufón del programa me permite, casi me obliga, a llevarle la contraria al rey Latorre. Esta semana, como ha hecho otras veces, se pronunció radicalmente en contra de las despedidas de soltero, y hasta le quitó la palabra a Pablo Pombo cuando se disponía a iniciar una defensa. Aunque sea lo último que haga en el programa, la defensa la voy a hacer yo ahora. A mí me encantan las despedidas de soltero por su valor filosófico. El filósofo que más admiro es Nietzsche, que dividía el mundo entre lo apolíneo y lo dionisiaco. Pues bien, las despedidas de soltero son un ejemplo vibrante de lo dionisiaco. Lo dionisiaco es la exaltación de la vida, del desorden, del instinto. El matrimonio, en cambio, sería un ejemplo de lo apolíneo: la moderación mortecina, el orden, la sensatez. Quien se casa abandona la vitalidad salvaje del dios Dionisos y se sepulta en la mesacamilla, con estufita y babuchas, del pálido Apolo. Las despedidas de soltero son el último momento dionisiaco de quienes se van a casar. El futuro esposo o esposa, antes de esposarse a Apolo, se descoca en una fiesta final consagrada a Dionisos. Este es un dios comunitario, por eso los solteros y solteras llevan su cortejo de iguales, ataviados con motivos generalmente obscenos. En el fondo es la hoguera en la que arde lo que no se quiere que entre en el domicilio conyugal: la borrachera, la juerga, el despendole, la provocación... Querido oyente, diga lo que diga el rey Latorre, respeta el espectáculo de las despedidas de soltero cuando te cruces con una por la calle: se está oficiando un rito filosófico, la última noche feliz (¡dionisiaca!) de los solteros y solteras que van a sacrificarle su vida (¡su sexualidad!) al pichatriste Apolo.

10.10.24

No volveré a Madrid

Me sienta bien Madrid, pero no volveré a Madrid. ¡Se acabó Madrid para mí!

Mi ideal siempre ha sido vivir entre Málaga y Madrid. Logré cumplirlo durante unos años, cuando disponía de dinero y tiempo a la vez. Mi ratio era cuatro o cinco semanas en Madrid y una en Málaga. Siempre más Madrid que Málaga: la intensidad de Madrid sobre la languidez de Málaga. Llegar a Málaga con la intensidad de Madrid. Volver a Madrid con la languidez de Málaga; es decir, con el inicio de la languidez: justo antes de que la languidez empezara a estrangularme me iba.

Ahora sucede al revés. Llego a Madrid lánguido, tras semanas o meses en Málaga, y con el inicio de la intensidad regreso. Ahora solo se me agita un poco la languidez (apenas un comienzo de renovación) antes de regresar a ella. La languidez es mi casa. La languidez es mi sepultura. El día a día lánguido en Málaga es mi vida ahora. Es una languidez amable, con la brisa y el mar, y el solecito en invierno. ¡Y la dinamización de los cuartos con los ventiladores!

Dejo pasar semanas, meses, entre un viaje a Madrid y otro. Y, como sigo teniendo la pulsión de vivir en Madrid, repito un circuito, más o menos ritualizado, con el que fuerzo una especie de cotidianidad. Voy a los mismos sitios para asegurarme de que siguen ahí, y de que yo sigo de algún modo ahí también, en ellos, ante ellos. A veces los sitios desaparecen: locales que cerraron o mutaron. Y una vez el sitio cambió de sitio: mis dos musas acuáticas de la fuente que había arriba en la plaza de España ahora están abajo en la plaza de España; justo, por cierto, en el camino de otro de mis sitios, el templo de Debod (en el que no he estado en este último viaje). Algunos se incorporan, como la calle Pavía tras mi lectura de Berta Isla. Y luego Javier Marías se murió.

Se murió también hace poco Cristóbal Ruiz, con el que me fui a Madrid de estudiante a los diecinueve años. Éramos amigos difíciles, con intermitencias; había algo que nos impedía sintonizar. No nos veíamos (ni nos comunicábamos) desde 2015. Pero me ha sorprendido el aluvión de recuerdos suyos que tengo. Recuerdos que no frecuentaba en mi cabeza y que estaban ahí: todo un mundo. Ahora me explico Recherches como la de Proust.

En Madrid tengo amigos y amigas, y los veo con gusto. Me doy mis paseos y me siento en los banquitos y en los cafés. Fatigo (¡borgianamente!) librerías; la Cuesta de Moyano, la Feria del Libro de Ocasión. Acudo a eventos, crepitantes para el que llega de fuera, con sus morbosos cotilleos. Me lo paso ciertamente pipa. Y sobre todo me dejo azotar por el huracán de vida de Madrid, qué pujanza de calles, vibración en cada paso. Pero hay algo también que es dar vueltas para nada. Hay como un vacío del "hombre disponible" que se menciona en Vértigo o del Swann del primer tomo.

En el jardincito del Príncipe Anglona, en el parque de Atenas por la ventana del autobús, en el paseo de las Delicias y la calle Delicias, en el puente de Juan Bravo, en la mole de Atocha desde el hotel Mediodía se impone de pronto una percepción, inducida tal vez por el centenario de la muerte de Joseph Conrad: la de esa línea de sombra que advierte de que la primera juventud (que en mí se ha prolongado hasta los cincuenta y ocho años) debe ser por fin dejada atrás. 

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6.10.24

El presidente Égolo y este país (¡austrohúngaro!) de Franquitos

[Montanoscopia] 
 
1. Vengo a Madrid para la grabación de una charla con Marta Suárez y Diego Urteaga para el podcast Prólogos, que se publicará en breve. Lo hacemos con público en la Biblioteca Eugenio Trías, la más bonita de España y con el nombre del filósofo (¡catalán!) que tanto admiré. Para mí es un honor. Noto que cada vez me voy despegando más de este mundo feo y de la infamante actualidad, lo que me compromete como columnista. En realidad, el columnismo me obliga a seguir bregando: es una de esas cosas incómodas que están bien. Aunque no puedo dejar de combinarlo con los desplantes. Cuando me preguntan por la cultura, digo que la cultura es uno encerrado en su cuarto leyendo un libro y que lo demás son festejos. Cuando me piden que recomiende un título, doy El mito habsbúrgico en la literatura austriaca moderna, de Claudio Magris. Una propuesta intempestiva que no deja de venir a cuento en la España de hoy: al fin y al cabo, somos ya un país plenamente austrohúngaro. 
 
2. Sánchez aparece en El mejor libro del mundo, de Manuel Vilas, como Égolo. Algo que ha silenciado nuestra, así llamada, prensa cultural. Miro en Google y solo hay una mención, en una entrevista de 20 minutos. Vilas se arrima al toro en su libro y este silencio es una prueba. El (arriesgado) chiste viene reforzado porque, como recuerda el autor, su mote se inspira en el Kniébolo de Jünger, quien se refería así a Hitler en sus diarios.  
 
3. El resto de los escritores sigue callado ante Égolo, cuando no lo apoya abiertamente (o trabaja para él). Yo sigo fascinado con los de El País: los misceláneos de los miércoles, el argullólico de los sábados. ¿Qué respeto se les puede tener ya? Del argullólico me temo que se suba al carro antisanchista a ultimísima hora como hizo la otra vez, cuando ya no cueste nada y hasta sea rentable, y nos sermonee con un Todo lo que era Sánchez, como si los pecadores fuésemos los demás.  
 
4. Han saltado las alarmas en Pearl Harbour (¡perdón por la manida bromita!) con el artículo de The Economist sobre la deriva autócrata de Sánchez. Pero es tarde para las componendas: el hispanismo inglés ya ha empezado a trabajar en el nuevo pájaro histórico que le ofrecemos. 
 
5. Ya que sigo en Madrid, asisto a la presentación de La ruptura, de Ramón González Férriz. Se habla en corrillos de los que se enfadaron con Férriz, los simpatizantes del PSOE que entraron en el poder. Tal cabreo no tuvo como resultado una refutación del libro, sino su confirmación: la última prueba ha sido su ausencia del acto, escenificando la ruptura.  
 
6. En la biografía de Benet, El plural es una lata, se habla de cuando se implantó en España el DNI, a propósito de que el cuerpo de ingenieros estuvo entre la primera hornada de inscritos. Suelto una carcajada al leer que el DNI número 1 fue el de Franco. Mi carcajada es por pensar que todos los españoles formamos fatalmente parte de una serie numérica que se inicia con él. Somos técnicamente Franquitos. Lo que se evidencia en ocasiones como la del 23-J de 2023, en que tuvimos la oportunidad de guillotinar electoralmente al déspota de turno (¡para una vez que se podía!) y no lo hicimos.  
 
7. Como hacen los viñetistas con sus pancartas al pie de sus dibujos, al pie de esta Montanoscopia pongo mi execración de la abyecta y repulsiva manifestación pro Hamás en conmemoración del pogromo del 7-O que se celebra este domingo en Madrid. 
 
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3.10.24

Montano opositor

Están los opositores al régimen y están los opositores de las oposiciones, que son o pretenden ser suscriptores del régimen. Mi vida romántica me ha llevado a opositar varias veces en esta segunda acepción. No por suscribir el régimen, he de aclarar en mi caso, sino por el sueño de vivir sin trabajar. Algo que, por lo demás, comparto con el resto de los españoles. 
 
El opositor se acoge al ideal del rentista, que es el de ingresar un dinerito al mes, todos los meses; aunque a cambio, si no del trabajo, sí de entregarle unas horas diarias al Estado. Los funcionarios son seres descansados pero menguados, que van por la vida con amputaciones de su tiempo. Ahora que lo pienso, le pasa lo mismo a todo trabajador, solo que este encima tiene que trabajar.
 
Estoy bromeando, naturalmente. Algunos funcionarios logran escaquearse, como en los viejos tiempos; pero la mayoría trabaja. Y hay sectores particularmente duros, como el de la enseñanza o la sanidad. Pero esa esperanza de relax sí que anida en el opositor, siquiera sea la de alcanzar el preciado empleo fijo, que en esta época está más caro que nunca. Esperanza que ha de afrontar el nada relajado y sumamente esforzado, durante meses o años, "proceso selectivo". Puede que el opositor aspire a no trabajar, pero en las oposiciones mismas vaya si tendrá que trabajar.
 
La amputación del tiempo es total en el periodo de las oposiciones, con la maldición añadida de que la exigua parte no amputada queda contaminada también, por la cantidad de basura que circula por el cerebro a partir de un momento determinado y por la culpa de no estar estudiando en los minutos libres. Los días del opositor son días de muy mala calidad. Sumados los días y los años gastados por todos los opositores, da una cantidad monstruosa de energía desperdiciada. Pero como diría un castizo malagueño: "Al menos están arretiraos de la droga".
 
Al leer las preguntas filtradas de las pruebas a periodista de RTVE, los no familiarizados con las oposiciones se han preguntado qué tenían que ver con el puesto. La respuesta es que esa no es la pregunta. En estos procesos selectivos de lo que se trata es justamente de seleccionar. Esto sirve para que entren los que se lo merecen; y ya de paso los enchufados a los que se les ha filtrado las preguntas. Quienes las filtran suelen ser, coherentemente, aquellos autodenominados de izquierdas que hoy atacan la meritocracia.
 
Algunas oposiciones sí me las he preparado más o menos, pero el mismo romanticismo que me ha llevado a presentarme me ha hecho a veces sabotearlas.
 
Mi dos momentos cumbre fueron cuando, en unas oposiciones a profesor de lengua y literarura, me preparé solo el tema de Góngora; y en otras a profesor de filosofía, solo el de Spinoza. Mientras me estudiaba a esos dos autores como si fuese a hacer una tesis doctoral, histrionozaba ante mis amigos: "¡Me lo juego todo a la carta gongorina!". O: "¡Me lo juego todo a la carta spinoziana!".
 
En ninguno de los dos casos salió la bolita, pero dudé si escribir el tema de Góngora cuando había salido el del Lazarillo, o el de Spinoza cuando el de Abelardo. No solo había cretinismo en mí, sino también una cierta lógica: endilgándole mis eruditos folios (¡con mi apabullante prosa!), el tribunal se rendiría ante mis cualidades.
 
Pero en ambas ocasiones terminé actuando igual (mi cretinismo se imponía indefectiblemente): entregué el examen en blanco, porque consideré que el tribunal no era digno de saborear mis conocimientos sobre Góngora o Spinoza. ¡Así funciono!
 
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29.9.24

Bajorrelieve asirio de masturbadores

[Montanoscopia]  
 
1. La Transición también supuso una gran erotización del país, o una explicitación del erotismo que venía insinuándose con Franco todavía vivo, aunque reprimido aún. España se puso cachonda, por resumir. El dictador murió en su cama y los españoles resucitaron en las suyas. Hay toda una nueva oleada de nacimientos, tras la del baby boom, debida a Emmanuelle y similares. Para los adolescentes que habíamos nacido en los años 60, el mito erótico era Bárbara Rey. Me refiero a los heterosexuales, claro. Tal vez algunas chicas lesbianas estuviesen con nosotros. A las heterosexuales les ponía Pedro Marín o los Pecos y, a las malotas, los Tequila. A los chicos homosexuales, Leif Garrett o los Village People (¡y los bandoleros de Curro Jiménez!). Todo esto antes de la Movida, que lo cambió todo. 
 
2. El caso es que los chicos fantaseábamos con Bárbara Rey (fue una de las primerísimas mujeres desnudas que divisé en una revista, con su felpudín epocal) mientras el Jefe del Estado se la estaba tirando. Esto no lo sabíamos, pero retrospectivamente crea una comunidad de intereses (eróticos) maravillosa. Los chavalines nos la cascábamos con la vedette y resulta que nuestro Rey hacía lo mismo pero de acuerdo con su estatus y sus dimensiones. La representación podría ser la de uno de esos bajorrelieves asirios en que el rey Asurbanipal sale enorme y sus súbditos minúsculos: cada cual según su importancia y su poder. España llegaba en lo político a una democracia moderna, igualitaria, con una monarquía meramente simbólica, mientras que en los dominios de Eros (siempre tiránicos) seguía primando el despotismo. Pero los subditillos nos sometíamos con deportividad. Como supimos muchos años después, y hemos visto estos días en la revista holandesa, al menos nuestro Rey deseaba lo mismo que nosotros. Y encima lo cumplía. 
 
3. Hay un momento exacto en que Almodóvar se jodió como el Perú. Fue en la última frase de Carne trémula, cuando deja de hablar como un cineasta libre y empieza a hacerlo como un cantautor "comprometido" (lo que le dio la puntilla póstuma a la Movida, que fue ante todo una cruzada gamberra contra los monaguillescos cantautores): "Hace mucho que en España hemos perdido el miedo". Tal vez en ese instante volvió el miedo; o le volvió el miedo a Almodóvar. No se entiende que sin miedo se sea tan servil con el que manda, como cuando piropeó esta semana al presidente. He dicho otras veces que Almodóvar cumplió una gran función política en España. Y lo hizo con su primer cine, el frívolo, el inmoralista. Nos liberó. Sacó al país del franquismo mental. Al que ahora vuelve patéticamente, presentándose como la Estrellita Castro de Sánchez.  
 
4. Las películas de Almodóvar me siguen gustando, salvo en los tramos en que les incrusta la predicación. Por fortuna, su cine sigue siendo más grande que él: disfruta de esta gloria del artista. Es curioso cómo en otro tiempo se defendía de la moralización que actualmente defiende. Cuando Muñoz Molina escribió sobre su incomodidad ante la violación que aparece en Kika, entre las risas de la sala de estreno, Almodóvar lo tachó de "reaccionario". Ni Matador ni ¡Átame! pasarían hoy el corte gubernamental. Y en Hable con ella el enfermero se encama con la mujer en coma como los violadores de Gisèle Pelicot. Algunos también lo denunciaron en su época. Yo apoyé (y apoyo) todas esas películas: no eran la realidad, sino el cine.  
 
5. Estoy tan hasta los huevos de las polémicas estúpidas que mi única respuesta a la polémica entre España y México ha sido ponerme un disco de Aztec Camera
 
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28.9.24

"Me he convertido en un personaje de Thomas Bernhard"

He respondido a unas preguntillas de Manuel L. Sampalo para La Razón:
¿Cómo ves la rentrée literaria, Montano? 
¡Mal, muy mal! Los libros que he empezado, y llevo unos cuantos, los he tenido que abandonar en las primeras páginas. ¡Muy flojitos! Grandes lanzamientos y escasa calidad. 

¿Títulos, autores? 
¡No pienso decirlos! Defiendo el derecho del escritor a engañar a sus lectores. Defiendo que se gane sus eurillos timándolos. No quiero desmontarles el chiringuito a esos truhanes. 

¿Pero no le ha gustado ninguna novedad este año? 
Este año sí. Ahora hablaba de septiembre. Antes del verano me gustaron Presente, de Tania Padilla (autobiografía); Lloro porque no tengo sentimientos, de Bárbara Mingo (artículos); Raíz dulce, de Juan F. Rivero (poesía); El arte de encender las palabras, de Berta García Faet (teoría poética); y De donde viene el viento, de Manuel Arroyo-Stephens (textos varios). 

¿Y clásicos? 
Las Memorias de ultratumba de Chateaubriand. Muy entretenidas hasta la caída de Napoleón; un peñazo a partir de la Restauración. Ahora me he puesto con los Pensamientos de Pascal. Y bueno, llevo un año y medio leyendo todos los libros de y sobre Thomas Bernhard. 

¿Y qué tal? 
Horrible. Mi propósito es escribir un librito sobre Thomas Bernhard, pero me he convertido en un personaje de Thomas Bernhard. El protagonista de Hormigón se dedica a acumular material sobre el músico Mendelssohn Bartholdy pera escribir el estudio definitivo sobre Mendelssohn Bartholdy. Pero no escribe ni la primera línea. Eso me pasa a mí con mi estudio (¡naturalmente, definitivo!) sobre Thomas Bernhard.

26.9.24

Después del ramo de girasoles

Me puse a leer el libro porque era sobre Javier Marías y había que leerlo, por pena por su muerte, por recordarlo. Vi que lo elogió Fernando Savater, pero pensé que era por lo mismo. No me imaginaba que Duelo sin brújula, de Carme López Mercader, pudiese ser tan bueno. Es excepcional. Habla del sufrimiento por la pérdida de su marido, sin subterfugios, con gran prosa: una prosa que también lo homenajea. Extraordinaria mujer.

Es el último libro de la editorial Reino de Redonda, que mantuvieron los dos y ahora cierra. Pese a la modestia de la autora, que ni siquiera cree que encaje en la colección, me parece el mejor libro de Redonda. Y con el final del fantasma, plenamente de Redonda. Daniel Gascón ha sabido ver ese contagio quijotesco de ella, cuyo racionalismo empieza a ceder al coqueteo que tuvo Marías con los fantasmas. Ahora el fantasma sería él, acompañándola. Aunque con un consuelo pálido, porque como advirtió san Juan de la Cruz: "mira que la dolencia / de amor, que no se cura / sino con la presencia y la figura".

El propio Marías escribió hermosas páginas sobre la muerte de Juan Benet en Negra espalda del tiempo. Y nunca olvidaré la noche en que su padre Julián se echó a llorar en la radio cuando el Loco de la Colina le preguntó por su mujer, muerta unos años antes. Cuando el filósofo murió me acordé de la película favorita de su hijo, El fantasma y la señora Muir, cuyo final feliz es la muerte de ella, porque se podrá reunir con su fantasma. Además de Savater, que lo contó en La peor parte, también perdió a su mujer Emilio Lledó, al que Joan Margarit le dedicó un poema en catalán, Filòsof en la nit, del que destaco este verso: "Estimo l'absència teva al meu costat". A mí me llegó en castellano, impresionante: "Amo más que a nadie, junto a mí, tu ausencia".

La valentía (el valor) de Duelo sin brújula está en su pureza, que da cuenta del dolor sin consuelo. La palabra "duelo" está en el título y el libro se inserta inevitablemente en la llamada “literatura del duelo”; pero este es un ejemplo de cómo son las obras singulares las que fundan y justifican los géneros y no al revés. Cuando sucede al revés el resultado es retórico, la plasta de las palabras y las fórmulas establecidas ahogan la vivencia. En este libro ocurre lo contrario: la vivencia (abismal, insoportable) la podemos sentir por las palabras. O si se quiere expresar de un modo netamente textual: son las palabras que aquí leemos las que nos procuran la vivencia. En estos casos está presente la gran literatura, más allá de los géneros. Otros dos libros así: Una pena en observación, de C. S. Lewis, y El libro de mi madre, de Albert Cohen.

Lo más bonito de Duelo sin brújula es la vida, el amor que se recorta contra la muerte, ya después. Creo que en este pasaje se sintetiza todo, el sufrimiento actual y un detalle delicioso de la cotidianidad perdida: "Quizá por esa razón los dolientes caminamos despacio y casi arrastrando los pies. Pienso en lo que diría Javier si me viese ahora, cargando con ese quintal y moviéndome sin energía, sin mi paso rápido del que se reía. 'Siempre te imagino caminando con tu tiqui tiqui', así lo llamaba. Mi tiqui tiqui ha desaparecido, no sé si para siempre, y mi edad se ha doblado en un solo día".

Hoy es doloroso ver la foto feliz de la pareja, ella con un ramo de girasoles. "Hasta que la muerte os separe" es la sentencia fatal de todo matrimonio que sigue junto. Como escribió José Emilio Pacheco en un inolvidable poema, la "y" de la unión es también la de la bifurcación: por mucho que la pareja aguante en la vida, llegará la muerte.

Con todo, hay algo peor. O peor y a la vez mejor. Pero esa es otra historia.

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22.9.24

He decidido tomarme el otoño en serio

[Montanoscopia] 

1. He decidido tomarme el otoño en serio y leer los Pensamientos de Pascal, en la magna edición de Albiac (Tecnos). Pascal es el anti-Montaigne, el anti-Nietzsche, pero es ídolo de otros de mis ídolos: Cioran, Bernhard... Por ahora me ha llamado la atención algo del prólogo: un ejemplo de las consecuencias físicas de las ideas, que no se quedan en el gabinete del filósofo. Después de que Descartes decretara que los animales son máquinas, refiere otro autor del siglo XVII, "nadie daba ya importancia al hecho de golpear a un perro; con la mayor indiferencia se le asestaban fuertes bastonazos, bromeando acerca de quienes compadecían a tales bestias como si estas hubieran sentido verdadero dolor. Se decía que eran relojes; que aquellos gritos que lanzaban al ser golpeados no eran sino el ruido de un pequeño resorte que había sido puesto en marcha, pero que en modo alguno había en ello sentimiento". 

2. Más adelante descubro que la España de la época de los romanos era como los Estados Unidos de Charlton Heston, dominada por la mentalidad de la Asociación Nacional del Rifle, y eso que aún no había rifles. Es por esta cita del historiador Tito Livio que viene en la nota a un pensamiento de Pascal: "Habiendo acordado el cónsul Catón para asegurarse de ciertas ciudades de España que sus habitantes no portaran armas, muchos de ellos se mataron. Feroz nación que no comprende la vida sin llevar armas". 

3. Hace dos Montanoscopias hablé del pique entre Azúa y Marías sobre quién fue el primero que escribió sobre Bernhard en España. Azúa aportaba un artículo del 6 de mayo de 1978 y Marías otro del 18 de junio del mismo año, el de la publicación de Trastorno en español; pero indicaba que existía uno suyo anterior, con Bernhard aún inédito, en la revista médica Jano. Intenté encontrarlo, sin resultado. Lo ha conseguido el gran Sergio Campos, que como quien no quiere la cosa me lo manda en pdf por mail. Es de noviembre de 1977. El joven Marías se lo presenta a los médicos "en virtud de la curiosidad que su mundo puede despertar entre la profesión médica". 

4. La curiosa memoria hace que, en la muerte de Jimmy Giménez-Arnau, me acuerde de su anuncio radiofónico de Revital. Los publicitarios hicieron una operación poética con él, de transposición imaginativa. Como su nombre se asociaba a la coca por las noticias, los publicitarios solo necesitaron ponerlo a él para que el complemento energético adquiriese poderes especiales en la cabeza de los oyentes. "Rrrrrrrrevital", decía la voz de Jimmy, indudablemente energética. 

5. En la barca de Caronte, junto a Giménez-Arnau, Luis Ortiz, Schilaci y el poeta Ángel García López, se ha subido Cristóbal Ruiz, "the first of the gang to die". Le habría hecho gracia. Ha muerto a la edad de Bernhard, 58. Nos fuimos juntos a Madrid con 19 y allí se quedó él hasta el final, reinando en Lavapiés tras unos cursos en el Johnny. Solo ha regresado a su Mijas natal ya cadáver, como un señor. El primer libro que nos compramos en la cuesta de Moyano fue El aciago demiurgo de Cioran. En el tren de ida, que duraba toda la noche, se leyó La náusea de Sartre. Ganó el Goya por el guión adaptado de un Mortadelo. Pero sobre todo escribió novelas. No sé cuántas en el cajón (algún día saldrán) y tres publicadas: El loco Wonder, El Arcángel (La Canción del Hijoputa) y Hola, Melón (El Grifo del Rompeolas). La primera en Espasa y las otras dos en Eda Libros, la editorial de mi amigo Paco Torres. Este me ha dicho que Cristóbal había empezado otra novela, de título bellísimo si estuviera acabada y más bellísimo aún estando inacabada: Los irses de las tardes

6. Claudi Pérez, periodista de El País: "Es raro el nivel de ruido de este país, con el PIB creciendo al 3% y el paro al nivel de 2008. Con el procés apagado. Con ese peso en Europa. Llegarán peores cartas: en un tiempo eterno, todas las profecías acaban por cumplirse. Pero es inaudito este estado de excepción permanente". Es un puro argumento de tecnócrata franquista, durante el desarrollismo. 

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20.9.24

Por qué resultan imprescindibles los festivales

[La Brújula (Opiniones ultramontanas), 3:33:40

Buenas noches. La cultura está festivalera. Terminó el Hay Festival en Segovia y comienza el Festival de las Ideas en Madrid. Este, agárrense, ha sido definido (o predefinido, porque se dijo antes de que empezara) como "la gran fiesta de la discrepancia". Yo soy un escéptico que roza, en sus momentos cumbres, el nihilismo. Por eso no solo dudo de que vaya a haber discrepancia (ya se habrá encargado la organización de interceptar a los discrepantes por el camino), sino que también dudo de que vaya a haber ideas. Lo que sí habrá será festival. Y de eso se trata. Todos estos festivales de la cultura son ante todo festivales, y se dicen de la cultura como podrían decirse de tiro al plato. En los festivales de tiro al plato, por cierto, sí que hay una discrepancia básica, estructural: entre el plato y quien le dispara. No es el caso de los festivales culturales, en que todos los intervinientes son platos sin tiradores ni mucho menos francotiradores. Mis festivales favoritos son los literarios, cuyo secreto es muy simple: el público acude a ver a los escritores a condición de no tener que leerse sus libros. Hay escritores con fama literaria cuyo verdadero mérito es que hablan bien. Sus carreras literarias no se sustentan en sus libros, sino en lo bien que quedan en los festivales y en las entrevistas. Al fin y al cabo, el público lector es muy escaso: no da para sostener carreras literarias. En cambio, el público de los festivales, y de los medios audiovisuales en general, es amplio. Por eso el escritor que habla bien tiene su carrera literaria garantizada. Su fama va mejorando con los años al tiempo que sus libros van empeorando. Y esta es la razón por la que resultan imprescindibles los festivales.

19.9.24

En la cultura nos va la vida

Nada que ver con mis intereses (¡con mis pasiones!) el ya muy comentado artículo de Fanjul en El País "Ser cultureta cada vez mola menos". A mí me da lo mismo que mole menos o más o que molase en el pasado y no vaya a molar en el futuro o tal vez vuelva a molar. Me da lo mismo también ser (o ser tomado por) cultureta o subcultureta, o (por) anticultureta o antisubcultureta. Y por supuesto nunca he pretendido ligar ni mudar de estatus con el postureo cultureta o subcultureta, logros (si son logros) que por lo demás van siempre por otro carril (más físico y aun económico que cultural). A mí sencillamente en la cultura me va la vida, sin consideración alguna hacia los empaquetados sociológicos tipo Fanjul. ¡Mi temperamento es refractario a los empaquetados sociológicos!

En el artículo de Fanjul hay una sintagma que es un desagüe por el que se le va el invento. Ahora que estoy tan con Karl Kraus busco esos dispositivos de autovoladuras que casi todos los textos contienen (¡este también contendrá el suyo, búsquenlo!). Es cuando dice: "Hubo un tiempo en el que [ser cultureta] aportaba distinción: se presumía de leer a Faulkner, de visitar la feria Arco con aplomo [...]". No me refiero a lo de Faulkner, aunque en España solo han presumido de leer a Faulkner Juan Benet y los personajes de Amanece, que no es poco (por lo que sería una postulación fraudulenta). El desagüe está en ese "con aplomo". Visitar la feria de Arco "con aplomo". ¿Quién ha visitado la feria de Arco "con aplomo"? ¿Cómo se visita la feria de Arco "con aplomo"? Por aquí se ve que el empaquetado sociológico de Fanjul es un empaquetado ni siquiera sociológico, sino sociologizante, de lo que tiene Fanjul en la cabecita. (Lo que mola, definitivamente, es hacer empaquetados sociologizantes como el de Fanjul.)

Entiendo (¡y excuso!) al obrero de la pluma (¡al plumilla!) Fanjul, que cada semana tiene que hacer un empaquetado sociológico o sociologizante con elementos culturales o subculturales. Pero mi comprensión obrera no me ahorra la melancolía de leer en El País estos empaquetados divertidamente derogatorios, aplanadores en verdad, rebajadores de la exigencia, que por añadidura le vienen de perlas a El País de hoy, al público al que se dirige y al público que aspira a conformar. Antes (¡tal vez la autovoladura de mi artículo esté en este "antes"!) se decía de El País que era "el intelectual colectivo de la Transición", pero en realidad era el suplemento de nuestro del bachillerato, cuando el bachillerato era bachillerato. Yo lo empecé a leer justamente en el bachillerato y no puedo olvidar que en las páginas de El País vi por primera vez los nombres de, por ejemplo, Cioran, Pessoa y Leopardi o Umbral, Savater y Azúa.

En la "cultura" estuvimos siempre, no solo por Mortadelo, Astérix o Tintín, ni por las toneladas gloriosas de la televisión, sino también por los peliculones y el teatro clásico que nos tragábamos sin despeinarnos desde los tres añitos. Pero fue por entonces, por los comienzos del bachillerato, cuando fuimos conscientes de ello y el cine, la música, el arte, la literatura y la filosofía se revelaron como lo que nos mejoraba la vida y la intensificaba. Ni postureo ni utilización, sino fusión; fusión que era propulsión. Eran la intensificación y la propulsión lo decisivo, y para ello valían la cultura y la subcultura. En esta España de todos los demonios no ha sido fácil, ciertamente. Pero qué más daba: teníamos lo que necesitábamos para sobrevivir en esta España de todos los demonios.

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15.9.24

Elementos talluditos y gubernamentales

[Montanoscopia]  
 
1. Una prueba más de mi poquísima personalidad es lo que me ha pasado con Broncano. Asistí a su estreno en La 1 y me pareció flojísimo. Decreté su fracaso inminente, como el de Latre. Pero está triunfando: le aguanta la cara a Motos y lo supera en audiencia algunas noches. Además de aceptar con deportividad que no sé nada de televisión, me he hecho broncanista. Ahora quiero que Broncano se coma a Motos y lo destruya. Aunque yo no lo veré. Porque yo, la verdad, en el prime time lo que estoy es leyendo a Heidegger en alemán. Bueno, o tuiteando.  
 
2. Lo divertido ha sido ver a la ufana Cascajosa –presidenta de RTVE porque era la única que aceptaba el fichaje millonario de Broncano que imponía el Gobierno– satisfecha con el éxito de Broncano. Su argumento definitivo es que a su madre le encanta. Como si su madre no se viera afectada por el conocimiento de que su niña le debe el puestazo a Broncano. Un caso grueso del principio de incertidumbre de Heisenberg: aquí no con partículas subatómicas, sino con elementos talluditos y gubernamentales.  
 
3. Me he regalado una lecturita de Borges esta semana: el libro Biblioteca personal, hecha con los prólogos de la colección que preparó en los últimos años de su vida. Es un disfrute refinado, entrañable, civilizatorio. Son páginas dictadas pero indudablemente suyas, con la dicción que inventó. Como ejemplo este sintagma: "no menos vívido que la cercanía del mar o de una mujer". O la frase con que se refiere a La importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde: "la única comedia del mundo que tiene el sabor del champagne". 
 
 4. El filósofo José Luis Pardo se ha convertido en el gran articulista español. Entre los de su generación, en el único pujante. Los otros siguen siendo buenos, pero se encuentran estabilizados o en ligero crepúsculo. Pardo ya venía publicando estupendos artículos en El País, pero en El Mundo y The Objective, periódicos para los que escribe ahora, ha experimentado un salto. Es hermosísimo, porque dejó El País voluntariamente cuando prescindieron de Fernando Savater y Félix de Azúa. Su gesto moral lo ha elevado. No en un sentido decorativo, sino profundo: ha tensado o imantado su estilo y al mismo tiempo lo ha hecho más flexible y juguetón. Contraviniendo ciertas premisas del siglo, su ética ha reforzado su estética. Lo que hizo estuvo muy bien y eso lo ha mejorado y embellecido: lo ha liberado, lo ha soltado. Responde a los embrutecimientos y apelmazamientos del presente con la vieja dignidad, siempre nueva. Su pensamiento está a la altura de las circunstancias. La única vez que he hablado con él, hará unos diez años, me dijo que su vocación por la filosofía se despertó con la lectura de un ensayo de Octavio Paz. Inmejorable impulso. 
 
 5. El pasado 7 de septiembre no cesaban de repetir en el Telediario: "Se cumplen once meses de la guerra de Gaza". No del pogromo del 7 de octubre, no: de la guerra de Gaza. Es desesperante, porque la respuesta de Netanyahu, obviamente criminal, fue eso: una respuesta. A algo que se escamotea. Que ya escamoteaban muchos cuando la respuesta aún no se había producido.  
 
6. El bulo de Trump de que los inmigrantes se comen las mascotas de los estadounidenses no solo retrata el nivel ínfimo de los votantes a los que se dirige (y de nuestros inefables trumpistas españoles, tan subiditos en su infimidad), sino que también deja asomar a un Trump más siniestro aún del que conocemos: una especie de Disney Trump defensor de las mascotas. 
 
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12.9.24

La España de Abel era también de Caín

Se me escapó la versión digital de La ruptura (Flash, 2021), el libro de Ramón González Férriz que ahora edita Debate. Lo he leído y es magnífico. Solo echo en falta que la degradación extra de estos tres años no se transmita con la suficiente crudeza. En la actualización del autor se verbaliza (se habla, por ejemplo, de la amnistía), pero sin que se termine de percibir la dimensión del empeoramiento.
 
Sin embargo, esta carencia –digamos expresiva– actúa en favor del libro, que mantiene su tono ecuánime y deliberadamente libre de barro. Así es más eficaz su clarificación. También ayuda el tono escéptico y comprensivo de Férriz, dispuesto a excusar las debilidades humanas; en este caso, la entrega al poder o el resentimiento de quien no lo alcanzó.
 
Tengo reciente la lectura de La Viena de Wittgenstein, en que se hablaba de la actitud contraria de Karl Kraus: para este los fallos y los aciertos dependían de la integridad personal. Por eso no separaba de los primeros el aspecto humano: sus ataques debían ser, en consecuencia, personales. Yo me debato entre las dos actitudes; mi instinto me empuja a la de Kraus, mi ideal a la de Férriz. El embrutecimiento ambiente me ha caldeado demasiado como para que no se imponga mi instinto. Por el momento solo puedo aspirar, como escribí en otra ocasión, a un educado desprecio.
 
Reconozco que hay algo de fatalidad histórica en que aquellos que, por edad, aspiraban legítimamente al poder hayan tenido que hacerlo por medio del vil sanchismo, que los ha envilecido (o como mínimo enmudecido, aspecto más camuflado del envilecimiento). Tal vez el pacto frustrado del PSOE y Ciudadanos hubiera sacado lo mejor de unos y otros. La ruptura sacó lo peor. También en los segundos, que pasaron de aplaudirle todos los errores a Albert Rivera a acomodarse en el PP, con lo no dejaron de obtener ganancia.
 
La responsabilidad moral de estos, en cualquier caso, no se puede comparar con la de los primeros, que bien hubieran podido renunciar al poder abyecto que se les presentaba. La premura de las biografías, la conciencia de que las oportunidades suelen ser únicas, el afán de prosperar, el miedo a la irrelevancia, incluso la necesidad de ir fundando familias (como escribió en su día Jorge San Miguel) se comieron todas sus pulsiones regeneracionistas, haciéndoles incurrir en la triste degeneración.
 
La España de Abel que se postulaba en el libro así titulado de 2018, colectivo, transversal, resultó ser también de Caín. "El motivo principal", escribe Férriz, "fue el poder". La ruptura entre los afines al PSOE y los afines a Ciudadanos se produjo tras la moción de censura de aquel año por la que Pedro Sánchez accedió al Gobierno con el apoyo de lo peorcito del Parlamento (aún no estaba Vox). Agudamente señala Férriz que hasta entonces la complicidad regeneracionista entre ambos grupos se producía con el PP en el poder. En cuanto el PSOE llegó al mismo, se acabó.
 
Es elegante el tono con el que Férriz asume los errores de su generación (el "aprendizaje de la decepción" del que escribió Félix de Azúa ayer); con esta conclusión que sí es cruda: "Hoy la política es peor que antes de que mi generación se implicara a fondo en ella". A cambio, tienen "un conocimiento mucho más preciso de cómo funciona el mundo".
 
Yo, que soy un poco mayor, asistí a todo el proceso que se narra y analiza en La ruptura con interés. No llegué a ilusionarme tanto, por lo que mi decepción fue menor. Lo que no me esperaba era la virulencia del cainismo.
 
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