9.4.23

¿Qué las das, Sánchez?

[Montanoscopia]
 
1. Bajo las cursilerías bienintencionadas del acto de Yolanda Díaz en el polideportivo Magariños ("con entrada gratuita para los niños"), latía una despiadada violencia. Había una víctima propiciatoria: Pablo Iglesias, el hombre a batir. Me recordó a Las bacantes de Eurípides. Díaz y las suyas de Sumar eran las bacantes, las adoradoras de Dioniso (en este caso Sánchez: un Dioniso paradójicamente apolíneo). En la tragedia las bacantes descuartizan a Penteo. Lo de Magariños fue un descuartizamiento ritual. Iglesias se ha cargado él solito con los atributos del chivo expiatorio. Es el Jesucristo de nuestra política. En la izquierda se cumplen ahora las teorías de René Girard. Los pecados de todos (empezando por la militancia de Ferraz del "¡Con Rivera no! ¡Con Iglesias sí!") han sido depositados en un solo culpable, Iglesias, y cunde el convencimiento de que acabando con él advendrá la purificación y todo comenzará de nuevo.

2. Esas instantáneas de lideresas mundiales lanzándole miraditas al presidente Sánchez. Hay ya una nutrida colección, en la que destaca Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea y del Club de Fans de Sánchez. La última incorporación, ciertamente inesperada, ha sido la presidenta del Consejo de Ministros de Italia, Giorgia Meloni, arrobada desde la extrema derecha con las fuerzas de progreso. Da miedo (y también reconforta) que por debajo de los protocolos, la etiqueta y los trajes latan las pulsiones elementales: el animal que llevamos dentro. Hay una curiosa diferencia. Los varones captados en situación semejante suelen mostrar una mirada acuosa, rijosa, en el fondo impotente. Las mujeres en cambio (admito aquí mi sesgo perceptivo; la male gaze que ha estudiado Manuel Arias Maldonado) proyectan kriptonita: es una mirada inequívoca pero no desembarazada del pudor, lo que multiplica su potencia. Es la bomba atómica. ¿Qué las das, Sánchez? 

3. En el editorial de El País que consagra las bodas de Sánchez y Meloni no se habla de ultraderecha ni extrema derecha, denominaciones con las (en encomiable sintonía con Moncloa) venía siendo tan pródigo, incluso con quienes ni siquiera eran de derechas (bastaba con ser antisanchista). Sí dice el diario gubernamental, con un resto de honradez, la menos gastada y connotada derecha extrema. David Jiménez Torres ha señalado agudamente en El Mundo este tipo de prestidigitaciones. La más común hoy es aquella que elude hablar de extrema izquierda (por evitar la carga simétrica que aportaría la propia izquierda que ceba extrema derecha) y escoge la churrigueresca izquierda a la izquierda del PSOE. A estos análisis de la actualidad a partir de los usos de la lengua nos enseñó Arcadi Espada, en mi caso a partir de su libro Diarios y su blog. Otro ejercicio memorable ha sido el de David Mejía en The Objective. Ha desenmascarado una trampa habitual en nuestro debate público, caracterizado no por el diálogo racional sino por la pugna entre facciones. Estas aspiran a adulterar los términos en cuestión mediante su deslizamiento hacia otros supuestamente no cuestionables que además constituyen delitos. Mejía pone dos ejemplos: a la gestación subrogada llamarla compra-venta de bebés, y al aborto llamarlo asesinato. Quien ejecuta cualquiera de estas dos operaciones verbales, concluye Mejía, pretende criminalizar al adversario. Está además, considero, la aspiración a situarse en una posición blindada, indiscutible. Es también una operación de autosalvación.

4. El sórdido Hervías. Quienes nos abstuvimos de votar a Ciudadanos en las últimas generales en buena parte por sus manejos (en connivencia con Rivera) tenemos ahora otra buena razón, además del casi inevitable pacto con Vox, para abstenernos también con el PP: el hecho de que Hervías (nuevo lanzahuesos de aceitunas) esté ahora en el PP. 

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