[La Brújula (Zona de confort), 1:25:25]
Buenas tardes, querido Rafa Latorre. Los últimos días de campaña de las elecciones municipales y autonómicas de pasado mañana han sido una pasarela por la que han desfilado todos los fantasmas del PSOE. En un tono de momento menor, local, pero con fuerte carga representativa. Representativa en el sentido de teatral: es como si por esa pasarela hipotética hubieran desfilado actores que encarnaban la vieja corrupción y el clientelismo del PSOE, por la compra de votos en Mojácar y Murcia; y hasta los GAL, por ese extraño caso de secuestro en Maracena. A esto habría que sumarle lo de Tito Berni de hace unos meses, o sea, las putas y las gambas, y ya estaríamos todos. Es como si el PSOE se hubiera tomado tan a pecho la memoria histórica que hubiese necesitado empezar por la memoria de sí mismo. Aunque la maniobra habría sido involuntaria, puesto que se trata de un retorno de lo reprimido en toda regla. Tal vez ese fondo oscuro, esa culpa latente, explique su afán acusatorio de los últimos tiempos. Al fin y al cabo, si uno acusa es porque el culpable es el otro y no uno. En el PP, por cierto, también debe de existir esa culpa latente. El bipartidismo fue, entre otras cosas virtuosas, la cosa viciosa del reparto de la corrupción. Con el primer caso de la compra de votos en Melilla, hubo un momento inicial de silencio en el PP. No fuera a ser que saltara algo que le afectase. Solo cuando han cundido los casos que afectaban al PSOE es cuando el PP se ha desatado con la crítica. Al final lo que importan son los controles democráticos. En último extremo casi da igual quiénes ganen las votaciones: lo decisivo es que se mantenga fuerte el Estado de derecho.