Un entusiasta en Hiroshima. Es admirable Agustín Rivera. Su mérito tiene un nombre: entusiasmo. Es un entusiasta. Etimológicamente el entusiasta está poseído por los dioses, que hacen que la vida brille para él y le hacen brillar a él mismo. Como periodista de El Confidencial y como profesor de periodismo en la Universidad de Málaga su entusiasmo está siempre a tope: con su oficio, con sus clases, con sus alumnos. Ahora ha publicado Hiroshima, en que recoge testimonios de los últimos supervivientes de la bomba atómica. Los entrevistó en Japón cuando se fue allí jovencísimo como corresponsal de Diario 16. El modo en que se plantó en Japón con veintidós años, según cuenta en el prólogo, es asombroso. Para mí hubiera sido imposible. Pero Agustín iba protegido (y propulsado) por el entusiasmo.
Obras electorales. Cuando se aproximan unas elecciones municipales la ciudad entra en ebullición. Se levantan aceras, se asfaltan calzadas (y se repasan sus líneas con un blanco deslumbrante), se les da una mano de pintura a los muros... Son operaciones delicadas, porque, si se ejecutan muy cerca del día de la votación, el ciudadano puede tener demasiado presentes las molestias. Lo ideal es un poco antes, para que ya todo esté terminado y luciendo el domingo electoral. Así cabe la posibilidad de que el ciudadano vote lo adecuado.
Vótame de tú. Caigo en que todos los partidos, sean de derechas o de izquierdas, tutean al votante. El imperativo vota figura en todos los carteles. Solo recuerdo uno en que se le trataba de usted, pero era de ficción: el de la viñeta de Mingote de "Vote a Gundisalvo", cuyo lema era "¿A usted qué más le da, hombre?". Paso por el puente de las Américas y veo a los candidatos no solo tuteándome en los carteles, sino haciéndose llamar con diminutivos: Nico, Toni, Dani... Hasta nuestro veterano alcalde es esta vez Paco. Se ha hecho un lifting nominal.
Todo azul. No es un pronóstico electoral, sino una expresión brasileña que significa "todo bien". Si en Brasil le preguntan a uno que cómo le va y a uno le va magníficamente, una de las respuestas posibles, la más bonita, es tudo azul. Tal vez surgió de alguien que estaba tomándose una bebida azul. Estar tomándose una bebida azul es estar en la felicidad. Tiene algo el azul en forma de bebida. Lo descubrí la primera vez que me sirvieron un gin-tonic azul. Era una tarde triste (¡blue!), y de pronto se alegró. La otra tarde volvió a pasar, aunque no estaba triste de entrada. Venía de comer en Los Delfines con Toscano, Julia y Lola. Era la primera vez que iba desde que reabrieron. Quería asegurarme de que entre las reformas no estuviera el pulpo frito. ¡El pulpo frito no se toca! No lo habían tocado, así que bien. Luego nos fuimos a tomar una copa a una terraza elevada del Muelle Uno. Me pedí un Blue Moon. ¡Su azul, su blue, era perfecto! ¡La felicidad perfecta, mientras nos daba intensamente el sol!
Las cuatro estaciones. Presentamos en la librería Luces el especial de la revista Jot Down sobre Málaga. En la mesa estamos Diego Ríos Padrón, editor del número (su trabajo ha sido extraordinario), Cristina Urdiales ("doble catedrática", me dice más tarde Diego, en Teleco) y yo. Vamos luego a tomar algo a Las Niñas del Soho. La conversación se divide y caigo con Diego, Carlos Font e Ignacio Jáuregui, que dos días después presenta su libro Rituales en el Pompidou. Hablamos de cine, la pasión de Font. Este ha montado un pequeño cine de verano en su casa y lo ha inaugurado con El coloso en llamas. Diego cuenta que en Los Galanes se les ocurrió una vez proyectar una película de Ingmar Bergman y el público (haciendo gala de malagueñismo) se amotinó. Hablo después con María José Valverde y Silvia Flores. Silvia (el tema inevitable era el calor) hace una buena observación sobre el invierno de Málaga: "Hay días que contienen las cuatro estaciones". Es verdad: amanece en invierno, a lo largo de la mañana se va colando la primavera, se alcanza un punto veraniego de calor, por la tarde va avanzando el otoño y la noche trae de nuevo el invierno.
Sucede en el pasado. Después de días y días de calor se anuncia por fin lluvia. El cielo está encapotado. Salgo a la calle y se siente la lluvia allí arriba, pero no cae: no se decide a lanzarse, igual que esos miedosos de trampolín. De pronto se escurre algo, escaso y débil, un parpadeo de agua. Teodoro León Gross pone una foto del efecto de la lluvia en su terraza: son exactamente cuatro gotas. Pero en los días siguientes ya sí: lluvia en condiciones. Parece un viaje en el tiempo, al tiempo en que llovía. Nunca estuvieron tan vigentes los versos de Borges: "Porque ya cae la lluvia minuciosa. / Cae o cayó. La lluvia es una cosa / que sin duda sucede en el pasado". Miramos la lluvia como si miráramos la Málaga de ayer.
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En Diario Sur.