[Montanoscopia]
1. Del espectaculito de la celebración del 2 de Mayo en Madrid nos quedará al menos haber conocido a la jefa de protocolo de la Comunidad: Alejandra Blázquez, ¡apabullante tanqueta! Los socialdemócratas nos sentimos muy reconfortados de que nuestras políticas de liberalización de costumbres frente a la coacción católica (cuando eran esas y no las contrarias como en la actualidad) hayan dado lugar a apoteósicas mujeres de ordeno y mando, genuinas empoderadas a las que nadie les tose. Aunque ahora estén en el PP.
2. Vino a Málaga Susana Monsó, autora de La zarigüeya de Schrödinger, a hablar de la noción de muerte que poseen los animales. Se dedica a una disciplina nueva: la tanatología comparada. Entre las muchas cosas interesantes que contó, una me dejó consternado: Flipper, el delfín de nuestra infancia, se suicidó. Una contrariedad de los delfines, desde el punto de vista humano, es que sus mandíbulas les mantienen una eterna sonrisa. Pero tras ella pueden estar deprimidos: son como el payaso triste. Resulta que a Flipper lo metieron en un estanque una vez que acabó la serie, y allí se terminó suicidando por un método que tienen los delfines: dejar de respirar. Flipper fue una de mis mascotas televisivas (mía y de todos los niños de mi generación), como Skippy el canguro, el caballo Furia o el perro Rin Tin Tin. Nuestro pequeño zoológico afortunado.
3. Pérez Royo y Ramoneda, que han abrazado todo lo reaccionario que ha habido en la política española con tal de que se autodenominase progresista (o simplemente antiespañol), escriben ahora artículos sobre la amenaza reaccionaria que se cierne sobre Europa y que se adueñará de España en cuanto gane el PP. Las burradas que emiten son antológicas. Pérez Royo, por ejemplo: "Hasta que se vuelva a respetar la Constitución, el desorden irá a más, hasta que lleguemos a un punto de no retorno, que no tenga solución en términos constitucionales". También: "La derecha española únicamente acepta la democracia a beneficio de inventario. Si estoy en el Gobierno, la acepto. Si no estoy en el Gobierno y no tengo esperanza de estarlo en las próximas elecciones, impugno el sistema". Son alucinantes denuncias de lo que ellos mismos promueven, proyectadas en los otros. Es claramente compensatorio: se inventan unas acusaciones del calibre de las fechorías de los suyos.
4. Lamento el final de Sálvame. No había porquería mejor (¡mejor mierda!) para salvar, en efecto, algunas tardes de tedio, algunas noches de insomnio. La gusanera de Jorge Javier Vázquez será insustituible. En cuanto al momento en que el presentador se empezó a meter en política: ahí alcanzó el programa sus mayores cotas de frivolidad.
5. Los detestados hoplitas del patriotismo constitucional (escuálido ejército de fríos formalistas antisentimentales) ponemos cara de circunstancias ante la pompa de la coronación de Carlos III, ese rey que mantendremos conceptuado para siempre como príncipe: sus añísimos horadaron nuestras neuronas y ya no se puede hacer palanca. Me asomo a la tele: aristócratas, clérigos, dirigentes mundiales, carrozas y vestimentas ridículas. Me acuerdo de una frase salvaje de la Revolución francesa que recogió Chamfort: "Quisiera ver al último rey ahorcado con las tripas del último cura". No dejaba de ser entrañable (nunca mejor dicho) cuando se podía pensar aquello. La historia se encargaría de traer gobernantes peores que los reyes y curas peores que los curas (los curas ideológicos). Volviendo a la coronación, es el día para repetir (¡espero que por última vez!) mi chistecillo de que el príncipe Carlos se jugó su reino por un caballo y ha obtenido el reino sin perder el caballo. Ahora los dos son reyes.
* * *
En The Objective.