13.7.23

La guinda del sanchismo

No entiendo el enfado de los sanchistas por el debate electoral del lunes. Fue la guinda del sanchismo. En él se exhibió en su esplendor el objeto de sus sumisiones y devociones. Eso que allí había era su Sánchez. Aquel por el que se han degradado hasta extremos desconocidos en la sectaria política española, propensa a la degradación pero con un límite; bastante bajo pero límite. Hasta que llegó Sánchez y lo rebasó, arrastrando a los suyos a sótanos insospechados. El posdebate no es más que la pataleta de sus sumisos y devotos a punto de ser chupados por la historia.

Cuánto hubiera dado Sánchez por tener enfrente a Casado, un histérico a su medida. Un gritón inane. Pero tuvo a Feijóo, un tranquilote aproximadamente senatorial cuyo único peligro era perder la calma. No la perdió. Así, pudo asistir en primerísima fila a un espectáculo grotesco pero esperanzador: el hundimiento de Sánchez, en aquel búnker ante las cámaras. El retrato de Dorian Gray comenzó a agrietarse y a deshacerse en purulencias, las patéticas muecas del guaperas en su descomposición en directo. En los planos largos de Sánchez, se veía su baile de San Vito facial por detrás de la espalda de Feijóo: la reconfortante calva en la coronilla de este, símbolo de la continuidad del Estado burgués y sereno. Cuando la cámara enfocaba la cara de Feijóo, era aún peor para Sánchez: se veía su sonrisilla cuca, la siempre querible imagen de un gallego pasándoselo moderadamente teta.

El sanchismo llegó hasta allí. Todos sus hilos confluyeron en la noche desastrosa. ¡Momentum catastrophicum! Todos sus tics, todas sus mediocridades y tendenciosidades, toda su vaciedad, toda su agresividad faltona, todo su desprecio por el otro, toda su baratura explotaron de golpe, formando un espectáculo de fuegos artificiales que se reflejaban en las apacibles gafas de Feijóo. Este era un privilegiado que estaba en el sitio exacto en el momento justo, ante las miradas de millones de españoles. El maniquí estalló con él delante. Y se quedó (Feijóo) ante los aspavientos póstumos del hombre que ya no estaba allí. (La pregunta es si allí hubo alguna vez alguien.)

Se enfadan los sanchistas. Dicen que Feijóo fue bronco. ¡Bronco Feijóo, estando Sánchez! ¡O que la culpa fue de los moderadores! Pero Sánchez lo hizo todo. En el primer minuto ya estaba descolocado, descentrado, relinchando como el caballo loco que siempre ha sido. Su única opción era instalarse en la pose de presidente, asentado en su poder, y desde esa base lanzar sus cuchilladas, que iban a ser necesariamente matonescas y bajunas pero al menos atadas a algo. Pues bien: esa única opción la desbarató Sánchez. Fue una protesta absurda de su narcisismo herido. Sencillamente, no soporta no ya que le lleven la contraria, sino que se pueda existir fuera de su control. La expansión de su narcisismo exige un mundo sanchista. Solo cuando Sánchez ha entendido que bajo la denominación de 'sanchismo' se agrupan defectos, ha prorrumpido en alaridos dolientes.

Paradójicamente, es el aspecto humano el que da pena. Es una víctima espectacular. Por debajo del juego político, siempre sucio, me estremecí al pensar en la posibilidad de que este hombre no sea un cínico, sino que se lo cree. Su estupor es real, su dolor es real. No entiende por qué lo atacan, por qué quieren sacarlo de la presidencia cuando él es lo mejor. Así se ve a sí mismo. Sin que se lo desmienta nadie de su entorno. Los que le atacan son malos. Le crispan las agresiones injustas. Sufre por la maldad del mundo antisanchista. Da más miedo esta posibilidad. 

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