27.7.23

La lucha antifascista produce monstruos

Me perturban los énfasis de lucha antifascista en el seno de una democracia: la cantidad de gente que se autodefine hoy en España como antifascista... y que confunde su lucha antifascista con su lucha contra la democracia española. Son unos inquietantes antifascistas.
 
¿Qué idea de la democracia tendrán aquellos que creían que un gobierno del PP con Vox iba a acabar con la democracia? Pero si no creen en la Constitución ni en el Estado de derecho, si no creen en la limitación de poderes ni en el equilibrio entre los mismos, no me extraña su preocupación...
 
Pablo Iglesias se quejaba de que en el poder no se tenía todo el poder. Tampoco lo hubiera tenido un gobierno PP-Vox. Son las proyecciones autocráticas de cierta izquierda (no me cansaré de llamarla pseudoizquierda o izquierda reaccionaria) las que hacen temer que los otros harían lo que ella haría. Pero nadie puede hacerlo.
 
Queda la corrosión de la democracia desde dentro, o la destrucción de las instituciones democráticas una vez que se ha llegado al poder por procedimientos democráticos. Para evitar esto hay que insistir en que son indisociables los mandatos electorales del imperio de la ley. Algo que tratan de disociar nuestros nacionalistas y nuestros populistas. Hasta tonteó con ello el presidente Sánchez cuando habló de que había poderes ocultos cuando lo que había era el Tribunal Constitucional. (Ahora que este lo preside su Pumpido, ha pasado a ser un poder transparente.)
 
El espantajo del fascismo sigue funcionando con el pueblo español. Es comprensible, después de los cuarenta años de la ominosa dictadura: un trauma que cicatrizó en falso, puesto que se ha reabierto con excesiva facilidad. La salud del pueblo español en esa dirección es reconfortante: ni un paso atrás por ahí, en efecto. El pueblo responde.
 
Menos reconfortante es que al pueblo español le pase como a los cantautores españoles: o le pones un Franco bien clarito o se lo come con patatas, pensando que no es Franco o incluso que es un anti-Franco. Todo el franquismo sociológico que se ha tragado, cuando no ha practicado, el pueblo español desde que murió Franco es de antología. A mucho Franco de facto aplaude, con tal de que no lleve la etiqueta 'Franco'.
 
Por eso nuestra pseudoizquierda es fácilmente franquista, en su antifranquismo. Le basta la retórica antifranquista, las contorsiones y convulsiones antifranquistas, para después poder practicar una conducta plenamente franquista con tranquilidad. Te declaras antifascista y ya puedes comportarte como un fascista: ese es el chollo político de nuestra izquierda reaccionaria o pseudoizquierda.
 
Así se moviliza y moviliza al electorado español, admirablemente antifascista aunque de ese modo esquemático y literalista que digo, y huyendo de Vox cae en manos de los populistas y los independentistas (incluidos los proetarras, los golpistas y los prófugos de la ley).
 
Hay algo emocionante en ello, escribí en otra ocasión, citando el verso de Rimbaud que también ha recordado recientemente Arias Maldonado: "Por delicadeza, perdí la vida".
 
Ya sabemos, España, que eres antifascista. Por eso un gobierno de PP-Vox, en el peor de los casos, hubiese tenido un efecto limitado. Hay suficientes anticuerpos en la sociedad para frenar lo malo de un gobierno así. Lamentablemente, no se puede decir lo mismo en el caso contrario.
 
El entrañable quijotismo español, siempre luchando contra molinos. Mientras se lo van comiendo los gigantes de verdad: ya no los gigantes de Cervantes, sino el gigante de Goya. Todo conveniente pasado por Valle-Inclán, Buñuel y Berlanga.
 
Nos tenemos que reír. ¡Depender de Puigdemont es lo que hace feliz a nuestra izquierda! Quiero decir: a nuestra pseudoizquierda, a nuestra izquierda reaccionaria.
 
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