6.7.23

Superioridad del ciclismo

Cenando la otra noche con Vidán recordé el momento exacto en que nació mi pasión por el ciclismo. Él, más joven, pensaba que me venía de los tiempos de Perico Delgado, a principios y mediados de los ochenta. Pero no. Yo entonces no era aficionado. Por supuesto, veía algunas etapas y estaba al tanto; pero en un segundo plano, sin interés. Bromeaba sobre las pájaras con los amigos, ponía la tele en alguna jornada de montaña, en que casi miraba más los paisajes que a los ciclistas, y no sabía muy bien cómo se tomaban los tiempos. Se me pegaban, eso sí, como a todo el mundo, las sintonías de la Vuelta, y esto ya desde los finales setenta, con "September" de Earth, Wind & Fire, o "Born to be alive" de Patrick Hernandez. Más tarde vendría "Con los dedos de una mano" de Azul y Negro... También escuchaba las noticias y algunas retransmisiones de ciclismo de José María García, pero por él, no por el ciclismo.

Hasta que saltó la chispa, con esa cierta magia romántica, o medieval, del filtro amoroso. Mi pasión ciclística, a la que le he entregado horas y horas, se debe al comentario de menos de un minuto de alguien inesperado: Federico Jiménez Losantos. Yo era oyente de la tertulia de José Luis Balbín en Antena 3 Radio, que ha sido la mejor de la radio española hasta hoy. Ya le vale a Balbín: no solo presentó el mejor debate de televisión, La Clave, sino además la mejor tertulia de radio. (La clave era Balbín, naturalmente.) Uno de sus tertulianos era Losantos, que en vísperas del comienzo de la Vuelta a España de 1990, en primavera entonces, dijo que el ciclismo sí que era épico y no la política. Comparó la grandeza de los ciclistas con la pequeñez de los políticos y yo me quedé con la copla. "Pues voy a seguir la Vuelta este año todos los días, desde el primero, a ver qué pasa". Lo hice y lo que pasó fue que me apasioné.

Mientras yo me apasionaba, los comentaristas decían que era una Vuelta aburrida. Una escapada en Ubrique les había dado un montón de minutos a un grupo de corredores, uno de los cuales, el italiano Marco Giovannetti, terminó ganando la Vuelta. Pero me conquistó el caso de Pello Ruiz Cabestany, que parecía renacer después de haber desaparecido durante varios años tras sus prometedores comienzos con Delgado. Ganó la contrarreloj de Zaragoza, pero luego no pudo en la etapa decisiva de los puertos de Madrid y quedó cuarto en la general. Me enganchó aquel renacer que no se consumaba. Desde entonces seguí a Cabestany como un fan, pero me dio poquísimas alegrías. Sin embargo, gracias a que yo ya estaba de espectador atento, pude asistir con plenitud a la era Indurain, desde sus prolegómenos. O sea: felicidad.

Ahora se disputa el Tour de Francia, que ha empezado en el País Vasco (Bilbao y San Sebastián). Estos días se corren las primeras etapas de montaña en los Pirineos. El Tour termina el mismo día de las elecciones del 23-J. Irán en paralelo la campaña electoral de los pequeños políticos y los pedaleos de los grandes ciclistas. La épica en las carreteras y en las montañas, subidas y bajadas portentosas, esfuerzo, agonía, caminos de perfección en bicicleta. Y la comedia en los mítines y los debates electorales, el show infatuado de las promesas y las mentiras, de las pullas baratas, de la autocomplacencia. Y al final el pódium en París y los botes en un balcón de Génova o Ferraz. Un julio entretenido. 

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