La ideología no es el último refugio de los canallas (a los que prefiero llamar bribones en esta columna), sino el primero. Es en concreto un trampolín. En esta pesadísima época de sarpullido ideológico, los de la tabarra acusatoria no se han privado de incurrir en el comportamiento que reprobaban. Podían practicarlo impunemente porque se habían atrincherado en la ideología correcta: aquella desde la que, por un lado, se podía disparar y, por el otro, se estaba protegido. El ser humano tiende a ser un cabroncete. Si estás en una posición de superioridad, sin control, la tendencia se desboca.
En el PSOE ha pasado lo mismo. Pasa a mansalva. El autoproclamado antifranquismo de Sánchez es el baluarte de su franquismo particular. Su monserga con Franco le sirve para blindarse frente a las críticas a su autocracia. Siendo de facto su definición de franquista "todo aquel que se opone a Sánchez". (Y siendo que muchos nos oponemos a Sánchez justo por lo que tiene de franquista.)
Con lo de las putas y el dinero es idéntico. Un partido que quiere abolir la prostitución cobijó a usuarios de la misma. Un partido que se presentaba como sanador de la corrupción (¡con lo que ese partido ha sido en corrupción!) ganó una moción de censura contra el PP por esa causa. La defendió Ábalos. Todo esto no a pesar de, sino precisamente por ello. El recurso ideológico es una simple estratagema. Se trata únicamente de erigirse en una posición de ventaja.
La topología, como en otras ocasiones, nos puede ayudar. Si uno logra situarse en el lugar desde el que se ataca, la fiscalización va hacia fuera y no hacia dentro. La construcción de ese lugar se lleva a cabo ideológicamente: con acarreos de materiales ideológicos. Una vez construido, uno puede hacer de su capa un sayo: puede ser un fascista bajo la capa del antifascismo, un machista bajo la capa del feminismo, incluso un trumpista (son los personajes del momento) bajo la capa del liberalismo, o un traidor (¡un saludo, Abascal!) bajo la capa del patriotismo.
La muestra más pimpante, de anteayer, es la lepenización del PSOE. Puesto que el PSOE se autoproclama antilepenista y dirige todas sus flechas contra el lepenismo, está a salvo para hacer un pacto puramente lepenista con Puigdemont, con Junts. El propio Sánchez calificó de lepenista a Junts, cuando el president era Torra, hace apenas unos años, pero ahora que Sánchez pacta con Junts, el garbanzo deja de estar en el cubilete. Y todos los sanchistas españoles, que se perciben a sí mismos como antilepenistas, aplauden el lepenismo de Sánchez y del PSOE.
La ideología (o el partidismo, que vendría a ser la ideologización vacía de unas siglas) sirve, en suma, tanto para arremeter como para esconderse. Igual que los pederastas encuentran un hábitat propicio en el seno de la Iglesia, los bribones están en su salsa en la ideología, en los partidos.
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En The Objective.