16.3.25

No se puede ser bueno en este país de todos los diablos

[Montanoscopia]  
 
1. Igual que la guerra civil fue la belle époque para Alberti, según este anotó en aquella foto que descubrió Trapiello, la pandemia fue la belle époque de Sánchez: parlamento cerrado, peroratas todo el día en la tele, a veces con militares de escolta, reuniones con un comité científico fantasma y ancianos muriéndose en las residencias de la Comunidad de Madrid con los que apedrear luego a Ayuso. ¡Qué época más bella para Sánchez! ¡Todo aprovechable, como con el cerdo!
 
2. No murió nadie más. Desde luego, nadie atribuible al Gobierno (a su incompetencia). Solo la cifra esa de 7.291 con que ahora machacan. Los más de cien mil restantes no cuentan, porque no se les puede sacar rendimiento político. A la obscenidad propagandística no le podía faltar el toque sentimental de una Ángeles Caballero o la impostación ¡moral! de un Muñoz Molina. La arremetida es en todos los frentes, con la excusa del quinto aniversario. Cómo ensucian el dolor. Cómo le embuten pastel a la muerte. Autoadornándose en todo momento, faltaría más. La operación ha de ser rentable hasta el último filete. Nada gratuito, todo útil.
 
3. Sigo encandilado con Muñoz Molina: con cómo ejercita su "voz moral", largamente elaborada, un artefacto retórico muy logrado, en sí mismo admirable (yo lo admiré), en la inmoralidad. Una carcasa de palabras ya sin auctoritas, pese al empaque que se autoconcede, y contradictoriamente al servicio partidista. En su último artículo en El País, "Tu verdad no, la verdad", sobre el quinto aniversario del confinamiento, predica que "la falta de respeto a los hechos concretos es tan grave como la falta de respeto a las víctimas", y habla de "la mentira, que volverá a dejarnos inermes y amnésicos". ¿Cómo se puede ser sanchista y escribir estas frases? Bueno, claro: siendo sanchista.
 
4. Otro escritor sanchista, Luisgé Martín (este abiertamente sanchista, puesto que trabajó en Moncloa), publica El odio, sobre José Bretón, quien justo estos días ha confesado que en efecto asesinó a sus niños, por lo que viene cumpliendo condena. El novelista, dice la web de la editorial Anagrama, "durante más de tres años estuvo en contacto con José Bretón". O sea, que al tiempo que ejercía de sanchista Luisgé estaba metiéndose en la piel de un asesino de sus hijos. ¡Muy apropiado!
 
5. Los personajes entrañables del sanchismo son los misceláneos. Esos de quienes dijo con sorna Toscano que "nada humano les es ajeno, salvo las fechorías de Sánchez". En cada entrega van analizando concienzudamente la actualidad, una actualidad en la que no existe Sánchez. Como Georges Perec en la novela en que falta la letra e, nuestros misceláneos componen un enorme lipograma en que todo ocurre sin que aparezca el presidente. Más que a Perec, recuerda un cuento de Borges con heresiarcas que no osan pronunciar la palabra prohibida. No deja de ser fascinante la España que dibujan. Puede que, después de todo, sean unos magnicidas literarios. Para ellos, Sánchez simplemente no está. Se lo han cargado en sus páginas.
 
6. Soy consciente del efecto paródico de la sucesión de mis antisanchismos. Toda obsesión se manifiesta como danza paródica. Soy el Jack Nicholson de Mejor imposible del antisanchismo. Esto, con todo, me podría reportar algún beneficio si no fuera también antipepero, antivoxista, por supuesto antipodemita, antisumarita y despreciador supremo de todos nuestros nacionalismos, independentismos y proterrorismos. Soy antitodo lo que se mueve en la política española. Mi desprecio ha alcanzado un punto loco de no retorno. ¡Si yo solo era un buen chico constitucionalista, socialdemócrata para más inri! Pero no se puede ser bueno en este país de todos los diablos.
 
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