No hay nada más divertido que ir archivando vídeos de la campaña y revisitarlos (¡cinéfilamente!) después, una vez conocido el recuento: casi todos los candidatos (es decir, los perdedores, que por definición son casi todos) parecen estar haciendo campaña contra sí mismos. Con una puntería suicida, tienen dicho en la grabación justo aquello que más les puede humillar. Así, por ejemplo, Pablo Iglesias, cuyo vídeo de Coleta Morada invita ahora a un combo de palomitas con fanta de naranja (esta última en homenaje a Ciudadanos, por supuesto; como la luna del eclipse). O la retahíla en blanco y negro de la cúpula del PP, con Rajoy y Soraya a la cabeza, balbuceando en catalán frases que quedarían ridículas hasta en español. Floriano declaró en su día que les había faltado "un poquito de piel". ¿Y para solucionarlo ponen espectros?
Pero para ridículos, los nacionalistas. Ridículos y sangrantes. Comparando los resultados (ese sí insuficiente) con las escenificaciones fascistoides de la campaña (que reclamaban unanimidades) la cosa ha quedado como un gatillazo del Duce. ¿Tanta propaganda, tanto llamamiento a la adhesión inquebrantable, tanta prensa (¡y televisión!) del movimiento para que obedezca menos de la mitad del electorado? ¡Ahora se entiende por qué en los regímenes fascistas no hay elecciones! ¡No vaya a ser que "los nacionales" no satisfagan el gusto de los sacerdotes de la nación!
En los vídeos aparecen los candidatos de Junts pel Sí ("la nueva Trinca", según Julio Tovar) hablando en nombre de "los catalanes"; en una abusiva primera persona del plural que hoy vemos que se corresponde con menos de la mitad del electorado. Para decirlo crudamente (haciendo algo que no se debe hacer con los nacionalistas, que es tomarlos en serio): para ellos, "los catalanes" son menos de la mitad de los ciudadanos de Cataluña. ¿Qué son, entonces, esos otros que numéricamente constituyen más de la mitad? ¿Esos que, puesto que no les han votado, no puede considerarse referentes de sus "los catalanes"? Parece claro que "no catalanes". O extranjeros. Es lo que pasa cuando "catalán" no es un gentilicio civil y neutro, sino una denominación ideológica. Entonces en ese "los catalanes" de los nacionalistas, como en ese "Cataluña" de los nacionalistas, unos caben y otros no. Es una apropiación excluyente de lo que es de todos.
El abuso del nacionalismo empieza por las palabras. Metáfora de los abusos que siguen, y seguirán.
* * *
PD. Esta es mi columna número 287 en Zoom News, y la última. Le agradezco el seguimiento al lector, y le invito a que me siga siguiendo. Gracias a la llamada de Rafael Latorre en noviembre de 2012 he podido hacerme el oficio de columnista. Ha sido un placer trabajar para él y para Agustín Valladolid. Y al lado de mis compañeros, a los que les deseo suerte y les doy también las gracias. Hasta pronto.
[Publicado en Zoom News]
29.9.15
25.9.15
Iceta, bailarín del Titanic
No es extraño que el baile de Miquel Iceta, el candidato del PSC en las elecciones catalanas del domingo, haya sido el acontecimiento más celebrado de la campaña: está mejor articulado que todo el discurso independentista de Junts pel Sí y de la CUP, y que el de Catalunya Sí que es Pot, e incluso que el discurso antiindependentista del PP, y que el del "jefe" en Madrit de Iceta, Pedro Sánchez (que además bailó peor). Si me apuran, se trata de un baile mejor articulado que el discurso del propio Iceta. (Ciudadanos se habría salido con la articulada Arrimadas soltándose un bailecito así).
Yo he visto el baile de Iceta con cariño y deleite, y con sensación agridulce. Como los bailes de fin de fiesta de las tragicomedias, cuando todo está perdido. La sonrisita tras el fracaso, con mensaje sobre el sentido de la vida, como el de Zorba el griego. Mientras bailaba Iceta, con soltura envidiable, con esa simpatía que a Elvira Lindo le "ha devuelto la esperanza en el ser humano" (además de Iceta lo peta otro grito de guerra ha sido El icetismo es un humanismo), yo no he podido evitar pensar en la grandísima responsabilidad que en este desastre tiene su partido, el PSC. Iceta resultaría, así, el bailarín de un Titanic que se hunde, cuyo iceberg ha sido el partido del que es candidato... Un iceberg que pilotaron los presidentes de la Generalitat que tendrían que haber marcado las diferencias con el nacionalismo y se entregaron a él: Maragall y Montilla (con la complicidad, desde Madrit, de Zapatero).
En relación con el nacionalismo catalán, la palabra Titanic evoca el artículo que Félix de Azúa publicó en mayo de 1982 en El País: "Barcelona es el Titanic". Hace treinta y tres años (y cuatro meses) y está escalofriantemente fresco: "Dentro de poco esta ciudad parecerá un colegio de monjas, regentado por un seminarista con libreta de hule y cuadratín de madera, a menos de que las capas más vivas de la ciudad salgan de su estupefacción". La regresión pueblerina y clerical del nacionalismo no ha hecho más que agravarse. Iceta, con su bailecito gay, mezcla de Landa y Zarrías pero con la gracia de Chiquito, y aligerado por esa gracia, ha escenificado un recuerdo de la Barcelona cosmopolita y viciosa, mestiza y libre, que el PSC contribuyó a hundir.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]
Yo he visto el baile de Iceta con cariño y deleite, y con sensación agridulce. Como los bailes de fin de fiesta de las tragicomedias, cuando todo está perdido. La sonrisita tras el fracaso, con mensaje sobre el sentido de la vida, como el de Zorba el griego. Mientras bailaba Iceta, con soltura envidiable, con esa simpatía que a Elvira Lindo le "ha devuelto la esperanza en el ser humano" (además de Iceta lo peta otro grito de guerra ha sido El icetismo es un humanismo), yo no he podido evitar pensar en la grandísima responsabilidad que en este desastre tiene su partido, el PSC. Iceta resultaría, así, el bailarín de un Titanic que se hunde, cuyo iceberg ha sido el partido del que es candidato... Un iceberg que pilotaron los presidentes de la Generalitat que tendrían que haber marcado las diferencias con el nacionalismo y se entregaron a él: Maragall y Montilla (con la complicidad, desde Madrit, de Zapatero).
En relación con el nacionalismo catalán, la palabra Titanic evoca el artículo que Félix de Azúa publicó en mayo de 1982 en El País: "Barcelona es el Titanic". Hace treinta y tres años (y cuatro meses) y está escalofriantemente fresco: "Dentro de poco esta ciudad parecerá un colegio de monjas, regentado por un seminarista con libreta de hule y cuadratín de madera, a menos de que las capas más vivas de la ciudad salgan de su estupefacción". La regresión pueblerina y clerical del nacionalismo no ha hecho más que agravarse. Iceta, con su bailecito gay, mezcla de Landa y Zarrías pero con la gracia de Chiquito, y aligerado por esa gracia, ha escenificado un recuerdo de la Barcelona cosmopolita y viciosa, mestiza y libre, que el PSC contribuyó a hundir.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]
22.9.15
Las cosas del sentir
Cuando Fernando Trueba acudió el viernes a recoger el Premio Nacional de Cinematografía, llevaba sus deberes patrióticos ya hechos: los hizo el día en que decidió aceptarlo. Con ello mostró respeto institucional al Estado de todos, en contra de los pijos ideológicos que –ahora que gobierna el PP, al que al parecer le adjudican el Estado– han puesto de moda rechazar los premios nacionales, o mejor, presionar a los premiados para que los rechacen. Me consta, por un amigo común, que al pobre Rafael Chirbes, marxista pero sin pamplinas, lo tenían frito con esa presión. Pero se soltó de ella y también aceptó el premio. Lo hizo igualmente Juan Goytisolo con el Cervantes. Aquí, según me consta también, tuvo que "hacerle saber" al Gobierno que lo aceptaría. El Gobierno no se lo daba porque estaba convencido de que iba a rechazarlo.
Y es que aceptar los premios, contra lo que parece, no es tan fácil. Hay que tener personalidad. Thomas Bernhard decía que aceptar un premio era aceptar que se cagaran en tu cabeza. Añadía que había que aceptarlos siempre que estuviesen dotados económicamente y se tuviera menos de cuarenta años. En el caso se Trueba solo se cumplía la primera condición. Pero mi ejemplo favorito es el de Octavio Paz. A este le dieron un premio en México durante su época de la India, en que Paz andaba con las sabidurías orientales, y se le planteó el conflicto de si aceptarlo. Se lo consultó a un sabio hindú y este le dijo: "Sea humilde, acepte el premio". Es una cuestión, pues, de humildad.
Un escritor al que nunca le ofrecieron el Nobel, y que por tanto no tuvo que aceptarlo humildemente, fue Ernst Jünger. Lo traigo porque las críticas que ha recibido Trueba por declarar durante su discurso que no se siente español me han recordado a lo que dijo un alto mando alemán en la Segunda Guerra Mundial; y me lo han recordado en favor del alto mando alemán. Cuando, durante la ocupación de París, un emisario de Goebbels le exigió al coronel Speidel, bajo cuyas órdenes estaba Jünger, que forzase a este a que eliminase un pasaje de su libro Jardines y carreteras, Speidel se negó con este argumento: "Yo no mando en el espíritu de mis oficiales". A diferencia de Speidel, nuestros liberales –que, como de costumbre, resultan más conservadores que liberales–, parece que sí quieren mandar en los espíritus. Exigen que, si el Estado te da un premio y coges el cheque, además tienes que sentir.
Al director Fernando Trueba le han dado un premio por las películas que ha dirigido, no para que haga a cambio una declaración de amor, ni una proclama patriótica. Tampoco para que se guarde, si le apetece sacarlos, sus conflictos con respecto a lo "nacional". Su actitud admite una crítica de costumbres acerca del "postureo" o el afán de fondo por la salvación personal, es decir, por el autoadorno narcisista; admite incluso una reflexión sobre el síntoma sociopolítico o cultural que constituye, en nuestro anómalo contexto (fruto de una historia anómala). Pero resulta improcedente saltar de ahí a las exigencias pseudopatrióticas sobre "las cosas del sentir". Como es improcedente mezclar con esas exigencias los juicios estéticos sobre sus películas. Estas serán buenas o malas, pero es otro cantar; como era otro cantar la calidad de las caricaturas de Charlie Hebdo. La discusión que importa en ambos casos es de otro orden. Y en ambos casos tiene que ver con la soberanía personal, y con el derecho a no acoplar el discurso a instancias que exijan unos determinados contenidos espirituales.
En cuanto a mí, no sé muy bien qué es "sentirse español". De momento bastante tengo ya con serlo. Que su trabajo tiene.
[Publicado en Zoom News]
Y es que aceptar los premios, contra lo que parece, no es tan fácil. Hay que tener personalidad. Thomas Bernhard decía que aceptar un premio era aceptar que se cagaran en tu cabeza. Añadía que había que aceptarlos siempre que estuviesen dotados económicamente y se tuviera menos de cuarenta años. En el caso se Trueba solo se cumplía la primera condición. Pero mi ejemplo favorito es el de Octavio Paz. A este le dieron un premio en México durante su época de la India, en que Paz andaba con las sabidurías orientales, y se le planteó el conflicto de si aceptarlo. Se lo consultó a un sabio hindú y este le dijo: "Sea humilde, acepte el premio". Es una cuestión, pues, de humildad.
Un escritor al que nunca le ofrecieron el Nobel, y que por tanto no tuvo que aceptarlo humildemente, fue Ernst Jünger. Lo traigo porque las críticas que ha recibido Trueba por declarar durante su discurso que no se siente español me han recordado a lo que dijo un alto mando alemán en la Segunda Guerra Mundial; y me lo han recordado en favor del alto mando alemán. Cuando, durante la ocupación de París, un emisario de Goebbels le exigió al coronel Speidel, bajo cuyas órdenes estaba Jünger, que forzase a este a que eliminase un pasaje de su libro Jardines y carreteras, Speidel se negó con este argumento: "Yo no mando en el espíritu de mis oficiales". A diferencia de Speidel, nuestros liberales –que, como de costumbre, resultan más conservadores que liberales–, parece que sí quieren mandar en los espíritus. Exigen que, si el Estado te da un premio y coges el cheque, además tienes que sentir.
Al director Fernando Trueba le han dado un premio por las películas que ha dirigido, no para que haga a cambio una declaración de amor, ni una proclama patriótica. Tampoco para que se guarde, si le apetece sacarlos, sus conflictos con respecto a lo "nacional". Su actitud admite una crítica de costumbres acerca del "postureo" o el afán de fondo por la salvación personal, es decir, por el autoadorno narcisista; admite incluso una reflexión sobre el síntoma sociopolítico o cultural que constituye, en nuestro anómalo contexto (fruto de una historia anómala). Pero resulta improcedente saltar de ahí a las exigencias pseudopatrióticas sobre "las cosas del sentir". Como es improcedente mezclar con esas exigencias los juicios estéticos sobre sus películas. Estas serán buenas o malas, pero es otro cantar; como era otro cantar la calidad de las caricaturas de Charlie Hebdo. La discusión que importa en ambos casos es de otro orden. Y en ambos casos tiene que ver con la soberanía personal, y con el derecho a no acoplar el discurso a instancias que exijan unos determinados contenidos espirituales.
En cuanto a mí, no sé muy bien qué es "sentirse español". De momento bastante tengo ya con serlo. Que su trabajo tiene.
[Publicado en Zoom News]
19.9.15
Toreo de Salón
Toreo de Salón, de Paula F. Bobadilla y Cristian Campos, "es una colección de libros monográficos sobre temas polémicos de política, ciencia, economía y cultura". Acaba de nacer con Y si Cataluña rompe España, ¿qué?, en el que he tenido el gusto de participar. Cincuenta y cuatro opinantes de todas las posturas (¡un kamasutra ideológico!) hemos respondido a un exhaustivo cuestionario sobre el temita catalán. El pdf se puede descargar (¡gratis) aquí.
18.9.15
Romeva, pájaro Dodó
Raül Romeva ya lo tenía claro el día que decidió trocear la tilde y hacerla diéresis en su nombre de pila: lo suyo era la división. Ahora el cabeza de lista (¡nunca mejor dicho!) de ese Tejero colectivo que es Junts pel Sí (¡menudo tricornio habría que apañarle!) lucha por la división no ya de España, sino de Cataluña misma. Están juntos contra sus demás conciudadanos. Hay que escapar de la lógica acomodaticia del nacionalismo y repetir una vez más que ante todo es contra los (otros) catalanes contra los que van los nacionalistas, como los falangistas iban contra los (otros) españoles.
Romeva, que sí ha juntado en su cara el aparato mandibular de Artur Mas y la calva de Duran i Lleida (¡algo de unió, después de todo!), resulta que empezó en Madrid, como San Agustín empezó en el pecado o Jiménez Losantos en el maoísmo. Su biografía es también, pues, un camino de purificación. En la capital de España nació, pues, Romeva en 1971, y no supo aprovechar esos cuatro años en que coincidió con Franco para matarlo antes de que se le muriese en la cama. ¡Niño malo!
Aún aguantó en Madrit hasta los nueve, y ahora que tengo fresca la clasificación de Freud (de moda otra vez por el libro de Elisabeth Roudinesco), puedo afirmar que Romeva vivió íntegramente en Madrit su fase oral, su fase anal y su fase fálica. En pleno periodo de latencia, se mudó a Cataluña, donde ya fue convidado a la vida al internarse en la fase genital, en la que en teoría sigue. Aunque el nacionalismo es purita regresión anal, en coherencia con su obsesión por el orden, de manera que... ¡bueno, el psicoanálisis que se lo haga su madre! Esa mujer que, como relata Emilia Landaluce, solo quiere que su hijo "no lo pase mal. Es una de esas personas que le llaman tonto y se pasa toda la noche sin dormir".
Por atención a la señora he tenido el impulso de bajar la voz, para que se le duerma el angelito; pero en seguida he comprendido que no hace falta: Romeva no nos lee. Un ser tan delicado debe de suministrarse solo prensa independentista del movimiento, a modo de somnífero: ovejas esteladas por las estepas mentales que a buen seguro se extienden bajo su cráneo... Sé que aquí me arriesgo, como se arriesgaba Pilar Urbano al postular los calcetines de Garzón sin haber estado en su cuarto; pero no puedo evitar pensar que la mente de Romeva es precisamente el calcetín de su calva vuelto del revés. Al fin y al cabo, los monoteísmos nacieron en el desierto, como el nacionalismo nace en las molleras peladas.
Pero eso que dice la madre, y el consecuente repliegue del hijo en pos del buen dormir (¡a este no hay quien lo despierte de su sueño dogmático!), es lo que explica la inoperancia de Romeva en su visita a la BBC. Acostumbrado a los masajes de la prensa que lee y de las televisiones a las que va, ha perdido sus recursos darwinistas de supervivencia, como le pasó al pájaro Dodó. Fuera de los combates que le amaña el nacionalismo, es un boxeador sonado. Lo pusieron de monigote y de monigote sigue. Al final no duerme cuando le llaman "tonto" porque se quedará pensando hasta las tantas si será verdad.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]
Romeva, que sí ha juntado en su cara el aparato mandibular de Artur Mas y la calva de Duran i Lleida (¡algo de unió, después de todo!), resulta que empezó en Madrid, como San Agustín empezó en el pecado o Jiménez Losantos en el maoísmo. Su biografía es también, pues, un camino de purificación. En la capital de España nació, pues, Romeva en 1971, y no supo aprovechar esos cuatro años en que coincidió con Franco para matarlo antes de que se le muriese en la cama. ¡Niño malo!
Aún aguantó en Madrit hasta los nueve, y ahora que tengo fresca la clasificación de Freud (de moda otra vez por el libro de Elisabeth Roudinesco), puedo afirmar que Romeva vivió íntegramente en Madrit su fase oral, su fase anal y su fase fálica. En pleno periodo de latencia, se mudó a Cataluña, donde ya fue convidado a la vida al internarse en la fase genital, en la que en teoría sigue. Aunque el nacionalismo es purita regresión anal, en coherencia con su obsesión por el orden, de manera que... ¡bueno, el psicoanálisis que se lo haga su madre! Esa mujer que, como relata Emilia Landaluce, solo quiere que su hijo "no lo pase mal. Es una de esas personas que le llaman tonto y se pasa toda la noche sin dormir".
Por atención a la señora he tenido el impulso de bajar la voz, para que se le duerma el angelito; pero en seguida he comprendido que no hace falta: Romeva no nos lee. Un ser tan delicado debe de suministrarse solo prensa independentista del movimiento, a modo de somnífero: ovejas esteladas por las estepas mentales que a buen seguro se extienden bajo su cráneo... Sé que aquí me arriesgo, como se arriesgaba Pilar Urbano al postular los calcetines de Garzón sin haber estado en su cuarto; pero no puedo evitar pensar que la mente de Romeva es precisamente el calcetín de su calva vuelto del revés. Al fin y al cabo, los monoteísmos nacieron en el desierto, como el nacionalismo nace en las molleras peladas.
Pero eso que dice la madre, y el consecuente repliegue del hijo en pos del buen dormir (¡a este no hay quien lo despierte de su sueño dogmático!), es lo que explica la inoperancia de Romeva en su visita a la BBC. Acostumbrado a los masajes de la prensa que lee y de las televisiones a las que va, ha perdido sus recursos darwinistas de supervivencia, como le pasó al pájaro Dodó. Fuera de los combates que le amaña el nacionalismo, es un boxeador sonado. Lo pusieron de monigote y de monigote sigue. Al final no duerme cuando le llaman "tonto" porque se quedará pensando hasta las tantas si será verdad.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]
15.9.15
Salto a Barcelona
No había vuelto a Barcelona desde 2008 y la ciudad sigue espléndida. En la calle la normalidad es absoluta. O más que normalidad: naturalidad. La vida fluye a su ritmo, con la variedad y el nervio de las grandes ciudades. Siempre he visto Barcelona como un París con atmósfera mediterránea, malagueña; comparte un aire con otras ciudades portuarias que amo, como Lisboa o Río de Janeiro. Lo que se percibe es cosmopolitismo. Pegué el oído y cada cual hablaba en la lengua que quería sin problema. El uso del español era abundante. Y el catalán sonaba en un tono relajado que no es el que emplean los políticos nacionalistas. En las conversaciones había un acomodo sin roce en aras de la comunicación.
El problema está en las instituciones, y en los comercios en que el idioma se fosiliza institucionalmente. Allí hay una restricción: la pluralidad se simplifica. Estuve en la Fnac Triangle y toda la cartelería estaba solo en catalán. Los clientes hablaban entre sí en español o en catalán, y en la librería estaban todas las novedades en español y en catalán: pero la cartelería estaba solo en catalán. En la práctica no representa ningún problema, porque son idiomas parecidos. Pero en español tampoco representarían ningún problema y no están nunca en español: ese es el problema. No hay azar ni naturalidad ahí, sino una exclusión muy cuidada. Como en el instituto de un amigo profesor, al que el director le dijo que los exámenes solo podían hacerse en catalán porque "si no fuese obligatorio, doce de cada quince alumnos los harían en castellano". Una cruzada contra la realidad.
Es por estas cosas que pasan dentro por lo que las esteladas de fuera son signos amenazantes: como advertencias de curas, o de pueblerinos, contra los vicios de la gran ciudad. En el ambiente espontáneo de la calle cortaban el rollo. Una percepción bonita es que la senyera aparece ahora, por contraste, como pulcramente constitucional. Algo así como la bandera española sin aguilucho. No predominaban, con todo, las esteladas en los edificios: eran mellas minoritarias. No dejaban de ser una cortesía del habitante: la señal de que ahí vivía un tío tostonazo, puesta por él mismo. En una fachada vi algo que quise interpretar como sintomático. En el balcón del segundo había una estelada gastadísima, de un independentista que llevaría lustros con la tabarra. Mientras que en el balcón de abajo había una recién estrenada: como si el vecino del primero quisiera congraciarse con el de arriba de repente, por lo que pudiera pasar...
El viaje lo hice (desde Madrid) con la editora de Turner, Pilar Álvarez, para asistir a la presentación de la Historia mínima de Cataluña que ha escrito Jordi Canal. El libro es una síntesis pulcra, racional, que por simple pulcritud y racionalidad va desmontando al paso los mitos y leyendas del nacionalismo. En la presentación se recordó una frase del prólogo: "Cataluña es una sociedad enferma de pasado". Pertenece a Ricardo García Cárcel, que participó en el acto junto a Francesc de Carreras, Valentí Puig y el autor. Todo fue bien, las intervenciones fueron buenas; pero se coló el monstruo un momentín. La editora y García Cárcel hablaron en castellano. A continuación Puig y Carreras hablaron en catalán. Por último tomó la palabra el autor, que, tras decir unas frases en catalán, pasó al castellano. Una transición suave, como habían sido las anteriores. Pero entonces alguien a mis espaldas refunfuñó: "¿Es extranjero o qué?". Era un hombre como de sesenta años, malencarado y canoso. "Es de Olot", le respondió la editora, que estaba cerca. "¿Pues entonces por qué no habla en catalán?". La cosa no fue a más (el hombre desistió, regañado por el público), pero ahí estaba el monstruo: la máquina de fabricar extranjeros que es el nacionalismo.
Esa es la paradoja: el nacionalismo tiene el empeño de convertir en extranjeros a los que, justo por no padecer la tara del nacionalismo, encarnan mejor el espíritu abierto de la ciudad. Comí con cuatro amigos barceloneses (dos de nacimiento, Albert de Paco y Gispert; y dos de adopción, Hernández Busto y Lapuerta) y la conversación resultó deliciosa; se ajustaba a lo que Gabriel Ferrater le pedía a una poesía: que fuese "clara, sensata, lúcida y apasionada; en una palabra, divertida". A la copa se incorporaron Pablo Planas y Oriol Trillas; este, tras despotricar maravillosamente contra el nacionalismo de su ciudad, se puso a hacerlo contra la feria de la mía, donde había estado este verano: "¡Pero qué guarrada habéis montado en Málaga, es impresentable! ¿No os da vergüenza? ¡Sois unos cochinos!". Le di toda la razón, partido de risa.
Por la noche, tras la presentación, estuvimos con amigos cubanos de Hernández Busto, que también llevaban mucho viviendo en Barcelona y veían la situación con pesimismo. Baqueteados por la historia, guardaban pocas esperanzas, aunque de momento predominaba el humor (un humor punzante, sarcástico). Permanecía callada la de más edad, Mónica Sorín. Cuando se le pedía opinión, era Casandra: lo peor se cumpliría. Es autora del libro Cuba, tres exilios. Memorias indóciles. Se está temiendo el cuarto.
Al día siguiente fue la Diada. Nos íbamos de Barcelona por la tarde, de manera que solo pudimos ver los ribetes de la gran marcha: unos habitantes de la ciudad manifestándose no ya contra "España", sino contra los otros habitantes de la ciudad. Ya estábamos en campaña y los candidatos de Junts pel Sí lucían en los carteles como remozados: en tonos claros, juveniles, dispuestos a arruinar el país con cara amigable. Ramblas abajo el ambiente era festivo, siempre que nadie se saliese del tiesto. Nadie se salió. Había paquistaníes vendiendo banderas, como el día anterior vendían paraguas cuando se puso a diluviar.
[Publicado en Zoom News]
El problema está en las instituciones, y en los comercios en que el idioma se fosiliza institucionalmente. Allí hay una restricción: la pluralidad se simplifica. Estuve en la Fnac Triangle y toda la cartelería estaba solo en catalán. Los clientes hablaban entre sí en español o en catalán, y en la librería estaban todas las novedades en español y en catalán: pero la cartelería estaba solo en catalán. En la práctica no representa ningún problema, porque son idiomas parecidos. Pero en español tampoco representarían ningún problema y no están nunca en español: ese es el problema. No hay azar ni naturalidad ahí, sino una exclusión muy cuidada. Como en el instituto de un amigo profesor, al que el director le dijo que los exámenes solo podían hacerse en catalán porque "si no fuese obligatorio, doce de cada quince alumnos los harían en castellano". Una cruzada contra la realidad.
Es por estas cosas que pasan dentro por lo que las esteladas de fuera son signos amenazantes: como advertencias de curas, o de pueblerinos, contra los vicios de la gran ciudad. En el ambiente espontáneo de la calle cortaban el rollo. Una percepción bonita es que la senyera aparece ahora, por contraste, como pulcramente constitucional. Algo así como la bandera española sin aguilucho. No predominaban, con todo, las esteladas en los edificios: eran mellas minoritarias. No dejaban de ser una cortesía del habitante: la señal de que ahí vivía un tío tostonazo, puesta por él mismo. En una fachada vi algo que quise interpretar como sintomático. En el balcón del segundo había una estelada gastadísima, de un independentista que llevaría lustros con la tabarra. Mientras que en el balcón de abajo había una recién estrenada: como si el vecino del primero quisiera congraciarse con el de arriba de repente, por lo que pudiera pasar...
El viaje lo hice (desde Madrid) con la editora de Turner, Pilar Álvarez, para asistir a la presentación de la Historia mínima de Cataluña que ha escrito Jordi Canal. El libro es una síntesis pulcra, racional, que por simple pulcritud y racionalidad va desmontando al paso los mitos y leyendas del nacionalismo. En la presentación se recordó una frase del prólogo: "Cataluña es una sociedad enferma de pasado". Pertenece a Ricardo García Cárcel, que participó en el acto junto a Francesc de Carreras, Valentí Puig y el autor. Todo fue bien, las intervenciones fueron buenas; pero se coló el monstruo un momentín. La editora y García Cárcel hablaron en castellano. A continuación Puig y Carreras hablaron en catalán. Por último tomó la palabra el autor, que, tras decir unas frases en catalán, pasó al castellano. Una transición suave, como habían sido las anteriores. Pero entonces alguien a mis espaldas refunfuñó: "¿Es extranjero o qué?". Era un hombre como de sesenta años, malencarado y canoso. "Es de Olot", le respondió la editora, que estaba cerca. "¿Pues entonces por qué no habla en catalán?". La cosa no fue a más (el hombre desistió, regañado por el público), pero ahí estaba el monstruo: la máquina de fabricar extranjeros que es el nacionalismo.
Esa es la paradoja: el nacionalismo tiene el empeño de convertir en extranjeros a los que, justo por no padecer la tara del nacionalismo, encarnan mejor el espíritu abierto de la ciudad. Comí con cuatro amigos barceloneses (dos de nacimiento, Albert de Paco y Gispert; y dos de adopción, Hernández Busto y Lapuerta) y la conversación resultó deliciosa; se ajustaba a lo que Gabriel Ferrater le pedía a una poesía: que fuese "clara, sensata, lúcida y apasionada; en una palabra, divertida". A la copa se incorporaron Pablo Planas y Oriol Trillas; este, tras despotricar maravillosamente contra el nacionalismo de su ciudad, se puso a hacerlo contra la feria de la mía, donde había estado este verano: "¡Pero qué guarrada habéis montado en Málaga, es impresentable! ¿No os da vergüenza? ¡Sois unos cochinos!". Le di toda la razón, partido de risa.
Por la noche, tras la presentación, estuvimos con amigos cubanos de Hernández Busto, que también llevaban mucho viviendo en Barcelona y veían la situación con pesimismo. Baqueteados por la historia, guardaban pocas esperanzas, aunque de momento predominaba el humor (un humor punzante, sarcástico). Permanecía callada la de más edad, Mónica Sorín. Cuando se le pedía opinión, era Casandra: lo peor se cumpliría. Es autora del libro Cuba, tres exilios. Memorias indóciles. Se está temiendo el cuarto.
Al día siguiente fue la Diada. Nos íbamos de Barcelona por la tarde, de manera que solo pudimos ver los ribetes de la gran marcha: unos habitantes de la ciudad manifestándose no ya contra "España", sino contra los otros habitantes de la ciudad. Ya estábamos en campaña y los candidatos de Junts pel Sí lucían en los carteles como remozados: en tonos claros, juveniles, dispuestos a arruinar el país con cara amigable. Ramblas abajo el ambiente era festivo, siempre que nadie se saliese del tiesto. Nadie se salió. Había paquistaníes vendiendo banderas, como el día anterior vendían paraguas cuando se puso a diluviar.
[Publicado en Zoom News]
11.9.15
Ruiz-Mateos, carnaval darwinista
Hay una canción del brasileño Arnaldo Antunes en que pide socorro porque no siente nada y quiere sentir algo, lo que sea: "qualquer coisa que se sinta". Con la muerte de José María Ruiz-Mateos me ha pasado eso: no he sentido absolutamente nada. Me ha venido la idea de que se ha acabado una vida sobrante, una vida estropeada, una vida que ha sido mal vivida y nada más. Por supuesto, tampoco me he alegrado por su muerte: eso hubiera sido sentir algo. Ni me he reído rememorando sus momentos histriónicos, que nunca me hicieron gracia; aunque, como todo el mundo, alguna vez he imitado el "que te pego, leche"...
Recordando a Boyer sí he tenido un atisbo de emoción filosófica, por el pensamiento de la muerte igualadora, que ya se ha llevado a los dos protagonistas de la escena. Una discordia apagada, desaparecida; cuya carcasa queda en el vídeo: la pelea de dos que ya no existen. Pero ni siquiera esto le ha otorgado dignidad.
Ruiz-Mateos era una mezcla de empresario del desarrollismo franquista, inevitablemente del Opus, y de rico loco americano tipo Donald Trump. La expropiación de Rumasa sacó a la abeja de sus casillas. La gama teatral de Ruiz-Mateos, que hasta entonces había sido la del hombre de negocios con efectismos de especulador, se enriqueció con gestos y disfraces insospechados. En su biografía no estaba previsto que tuviese que huir con gabardina y barba postiza, ni que un día se exhibiera con traje de Superman. Pero eran jocosidades que transmitían amargura: volutas de un hombre destruido.
He estado repasando su trayectoria empresarial y la impresión es que en sí misma también fue una carnavalada, incluso antes del desquiciamiento. Lo que montaba no eran tanto colmenas organizadas, geométricas, como entramados góticos. Al cabo, se expresó con esas creaciones, que reflejaban su personalidad.
Pero de pronto mis reflexiones sobre su fracaso se han visto cortadas en seco por una evidencia de triunfo, de triunfo darwinista: deja trece hijos y cincuenta y dos nietos (así era la cuenta al menos en 2011). Últimamente he venido pensando en los hombres que mueren sin descendencia: esos "hijos sin hijos", como los llama Vila-Matas, en que acaba una línea evolutiva completa: terminales de la especie. La simiente de Ruiz-Mateos, en cambio, sigue. Tanto, que su primera noticia póstuma es la de una posible nueva paternidad...
Después de todo, de acuerdo con la fría Naturaleza, por debajo de la representación y del ridículo, Ruiz-Mateos lo hizo bien.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]
Recordando a Boyer sí he tenido un atisbo de emoción filosófica, por el pensamiento de la muerte igualadora, que ya se ha llevado a los dos protagonistas de la escena. Una discordia apagada, desaparecida; cuya carcasa queda en el vídeo: la pelea de dos que ya no existen. Pero ni siquiera esto le ha otorgado dignidad.
Ruiz-Mateos era una mezcla de empresario del desarrollismo franquista, inevitablemente del Opus, y de rico loco americano tipo Donald Trump. La expropiación de Rumasa sacó a la abeja de sus casillas. La gama teatral de Ruiz-Mateos, que hasta entonces había sido la del hombre de negocios con efectismos de especulador, se enriqueció con gestos y disfraces insospechados. En su biografía no estaba previsto que tuviese que huir con gabardina y barba postiza, ni que un día se exhibiera con traje de Superman. Pero eran jocosidades que transmitían amargura: volutas de un hombre destruido.
He estado repasando su trayectoria empresarial y la impresión es que en sí misma también fue una carnavalada, incluso antes del desquiciamiento. Lo que montaba no eran tanto colmenas organizadas, geométricas, como entramados góticos. Al cabo, se expresó con esas creaciones, que reflejaban su personalidad.
Pero de pronto mis reflexiones sobre su fracaso se han visto cortadas en seco por una evidencia de triunfo, de triunfo darwinista: deja trece hijos y cincuenta y dos nietos (así era la cuenta al menos en 2011). Últimamente he venido pensando en los hombres que mueren sin descendencia: esos "hijos sin hijos", como los llama Vila-Matas, en que acaba una línea evolutiva completa: terminales de la especie. La simiente de Ruiz-Mateos, en cambio, sigue. Tanto, que su primera noticia póstuma es la de una posible nueva paternidad...
Después de todo, de acuerdo con la fría Naturaleza, por debajo de la representación y del ridículo, Ruiz-Mateos lo hizo bien.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]
8.9.15
El PSOE que no
Hay, o podría haber, un PSOE que sí; pero el que tenemos es el que no. Lo mejor será resignarse a ello. Y, mientras siga en su extravío, no votarlo. Atendiendo a criterios estrictamente socialdemócratas. Josep Borrell, el del PSOE que pudo haber sido, definió el socialismo como "la pasión por la igualdad". El PSOE de Pedro Sánchez no lo tiene tan claro, y menos aún lo tenía el de Zapatero. De boquilla sí, por supuesto: la cantinela no la abandonan. Pero en la práctica han estado tonteando con una de las más míseras desigualdades: la que propugna el nacionalismo. Abiertamente Zapatero y de un modo más confuso Sánchez. Una confusión que, en este momento complicado, no ayuda a la igualdad de todos los españoles.
Lo último del actual secretario general del PSOE ha sido la petición, antisocialdemócrata, de que se reconozca "la singularidad catalana". Lo penúltimo fue decir que "ni España es Rajoy, ni Cataluña es Mas". Como si resultaran equiparables. El filósofo Félix Ovejero reaccionó al leeerlo así: "De vergüenza ajena. Definitivamente, el problema del nacionalismo es el PSOE". Es verdad: el nacionalismo es un problema grave por el PSOE; sin la complicidad y la confusión del PSOE, el problema del nacionalismo no habría alcanzado la envergadura que hoy tiene.
Entre nuestros socialistas ha habido fogonazos de lucidez, pero pueden contarse con los dedos de una mano: el de Alfonso Guerra denuciando que Artur Mas está dando "una suerte de golpe de Estado a cámara lenta"; los ya habituales de Joaquín Leguina y Nicolás Redondo Terreros; o el del propio Borrell en sus implacables declaraciones a la Ser a propósito del libro Las cuentas y los cuentos de la independencia, que son de una claridad absoluta.
Con ellos estuvo Felipe González durante cinco días, los que fueron de su carta "A los catalanes" en El País a la entrevista en La Vanguardia. Su entrevistador, Enric Juliana, había dicho de la carta que sus alusiones al fascismo y al nazismo eran una mancha de aceite en el periódico. Se conoce que con ese mismo aceite aprovechó para masajearlo y obtener una respuesta del gusto de los nacionalistas. (De la carta de Mas "A los españoles" no se espera que diga nada parecido; desde luego, no que sea una mancha propia de lo que, más que escrito, está excretado).
Lo mejor de la carta de González en su jornada como estadista fue, como señaló Andrea Mármol, su oposición a la equidistancia "entre los que se atienen a la ley y los que tratan de romperla". O sea, a una equidistancia entre Rajoy y Mas como la que mantiene (¡con negligencia antisocialdemócrata!) Pedro Sánchez, secretario general del PSOE que no.
[Publicado en Zoom News]
Lo último del actual secretario general del PSOE ha sido la petición, antisocialdemócrata, de que se reconozca "la singularidad catalana". Lo penúltimo fue decir que "ni España es Rajoy, ni Cataluña es Mas". Como si resultaran equiparables. El filósofo Félix Ovejero reaccionó al leeerlo así: "De vergüenza ajena. Definitivamente, el problema del nacionalismo es el PSOE". Es verdad: el nacionalismo es un problema grave por el PSOE; sin la complicidad y la confusión del PSOE, el problema del nacionalismo no habría alcanzado la envergadura que hoy tiene.
Entre nuestros socialistas ha habido fogonazos de lucidez, pero pueden contarse con los dedos de una mano: el de Alfonso Guerra denuciando que Artur Mas está dando "una suerte de golpe de Estado a cámara lenta"; los ya habituales de Joaquín Leguina y Nicolás Redondo Terreros; o el del propio Borrell en sus implacables declaraciones a la Ser a propósito del libro Las cuentas y los cuentos de la independencia, que son de una claridad absoluta.
Con ellos estuvo Felipe González durante cinco días, los que fueron de su carta "A los catalanes" en El País a la entrevista en La Vanguardia. Su entrevistador, Enric Juliana, había dicho de la carta que sus alusiones al fascismo y al nazismo eran una mancha de aceite en el periódico. Se conoce que con ese mismo aceite aprovechó para masajearlo y obtener una respuesta del gusto de los nacionalistas. (De la carta de Mas "A los españoles" no se espera que diga nada parecido; desde luego, no que sea una mancha propia de lo que, más que escrito, está excretado).
Lo mejor de la carta de González en su jornada como estadista fue, como señaló Andrea Mármol, su oposición a la equidistancia "entre los que se atienen a la ley y los que tratan de romperla". O sea, a una equidistancia entre Rajoy y Mas como la que mantiene (¡con negligencia antisocialdemócrata!) Pedro Sánchez, secretario general del PSOE que no.
[Publicado en Zoom News]
4.9.15
Mi día con Herrera
Ha vuelto Carlos Herrera a las ondas, ya no en la Onda, sino en (la) Cope. Falta Barbeito, con el que tanto me metí y por eso tanto echaré de menos, pero está nuestro Jorge Bustos, columnista de El Mundo que lo fue de Zoom News y que ha publicado su primer libro este año, La granja humana, un repaso afilado a los animales del zoo político. Felicité a Bustos el martes por su debut y le dije que tenía que contarle mi día con Herrrera, porque tuvo su gracia. Al final he pensado que entre columnistas lo mejor es contarse las cosas por columna. Y así se enteran también los lectores.
Hace justo veinte años (¡es un soplo la vida!) yo fui a hacer una prueba como guionista para su nuevo programa de televisión en Canal Sur. Una antigua compañera mía en Antena 3, Irene Domínguez, era amiga de Mariló Montero, que también iba a trabajar en el programa de su marido, y cuando esta le dijo que buscaban un guionista, Irene le habló de mí. Mariló me llamó y fui a Sevilla. La redacción se encontraba en un polígono industrial de San Juan de Aznalfarache, y aún la estaban montando. Había cajas por todas partes, ajetreo, pocos sitios en los que estar. Me recibió afectuosamente Mariló (fue también mi día con ella), me dijo que Carlos estaba en la radio y me presentó al director del programa, Paco Cervantes, que me explicó lo que tenía que hacer.
Se trataba de escribir tres páginas de monólogo para Herrera, con frases ingeniosas y chistes de actualidad, según el esquema clásico del talk show, que entonces no era tan clásico en España. Cervantes me pidió una muestra... pero no había ningún sitio donde me pudiera poner. "Mira –me dijo–, como Carlos no viene hasta la tarde, métete en su despacho y hazlo allí". El despacho de Herrera, en efecto, era el único sitio que ya estaba montado. Me senté en el sillón reclinable y, no sin cierta impresión por la circunstancia, escribí mis tres folios. Un detalle a efectos sociológicos: no recuerdo si lo hice en una máquina de escribir o en un ordenador; entonces cabían las dos posibilidades.
Cervantes leyó la prueba y me dijo: "Estás dentro. A Carlos le va a encantar. Ya solo hay que esperar a Carlos". Me relajé, felicísimo. Era un chollo, de los que ya no se ven ahora: mi trabajo iba a consistir en escribir tres folios a la semana, por los que iba a ganar (cada semana) lo que ahora gano en varios meses como columnista. Ya solo había que esperar a Carlos.
Era la hora de comer. Mariló me dijo que me fuera con ella "y las chicas" (dos redactoras) a un restaurante del polígono. Fue una comida agradable, con muchas risas e historietas del mundo de la tele. Yo les conté que trabajar con Pepe Navarro había sido "la mili del guionista", y que cuando nos encontrábamos dos exguionistas de Navarro, aunque no hubiésemos coincidido, teníamos anécdotas comunes. A las redactoras no las recuerdo, pero Mariló me dejó la impresión de que era culta, inteligente y lista. Por eso, a propósito de las chanzas de los últimos años, más de una vez he pensado si no será ella la que se está riendo del público... Al fin y al cabo, logró volver a la televisión nacional y tener presencia: algo no tan fácil.
Regresamos a la redacción con el sopor de la siesta. Era un día muy caluroso. Yo había madrugado para viajar a Sevilla, y entre la tensión del principio, la concentración para escribir el monólogo, la euforia de después y la comida (con alcohol), estaba muerto. Ellas se fueron a sus tareas. Cervantes no estaba. El único sitio donde sentarme un poco era el despacho de Carlos... y allí fui. Puse el asiento reclinable casi en horizontal, con la idea de echar una cabezadita de diez minutos (era lo único que necesitaba) y salir. No llevaba ni un minuto acomodado, con las manos en la nuca como el que acaba de echar un polvo, cuando se abrió la puerta. "Así que tú eres el famoso José Antonio". Era Carlos.
Me levanté con torpeza, le di la mano, cruzamos unas frases, las mías tímidas, las suyas frías, y me dijo que tenía que reunirse con Cervantes. Yo esperé entre las cajas y el ajetreo de la redacción, hasta que salió Cervantes y me dijo la frase que sustituye a "no" en el mundillo: "Ya te llamaremos". Más tarde me dijo Irene por teléfono que Mariló le había dicho que nada, que llegó Carlos, ella le contó lo simpático que yo era, que habíamos comido juntos y que era divertidísimo y genial, que era perfecto para escribirle los monólogos, y luego Carlos entró en su despacho, me vio en su sillón y en fin.
Supongo que venía también de un mal día. Espero que todos los que le aguardan en la Cope sean buenos. Y los de nuestro Bustos también.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]
Hace justo veinte años (¡es un soplo la vida!) yo fui a hacer una prueba como guionista para su nuevo programa de televisión en Canal Sur. Una antigua compañera mía en Antena 3, Irene Domínguez, era amiga de Mariló Montero, que también iba a trabajar en el programa de su marido, y cuando esta le dijo que buscaban un guionista, Irene le habló de mí. Mariló me llamó y fui a Sevilla. La redacción se encontraba en un polígono industrial de San Juan de Aznalfarache, y aún la estaban montando. Había cajas por todas partes, ajetreo, pocos sitios en los que estar. Me recibió afectuosamente Mariló (fue también mi día con ella), me dijo que Carlos estaba en la radio y me presentó al director del programa, Paco Cervantes, que me explicó lo que tenía que hacer.
Se trataba de escribir tres páginas de monólogo para Herrera, con frases ingeniosas y chistes de actualidad, según el esquema clásico del talk show, que entonces no era tan clásico en España. Cervantes me pidió una muestra... pero no había ningún sitio donde me pudiera poner. "Mira –me dijo–, como Carlos no viene hasta la tarde, métete en su despacho y hazlo allí". El despacho de Herrera, en efecto, era el único sitio que ya estaba montado. Me senté en el sillón reclinable y, no sin cierta impresión por la circunstancia, escribí mis tres folios. Un detalle a efectos sociológicos: no recuerdo si lo hice en una máquina de escribir o en un ordenador; entonces cabían las dos posibilidades.
Cervantes leyó la prueba y me dijo: "Estás dentro. A Carlos le va a encantar. Ya solo hay que esperar a Carlos". Me relajé, felicísimo. Era un chollo, de los que ya no se ven ahora: mi trabajo iba a consistir en escribir tres folios a la semana, por los que iba a ganar (cada semana) lo que ahora gano en varios meses como columnista. Ya solo había que esperar a Carlos.
Era la hora de comer. Mariló me dijo que me fuera con ella "y las chicas" (dos redactoras) a un restaurante del polígono. Fue una comida agradable, con muchas risas e historietas del mundo de la tele. Yo les conté que trabajar con Pepe Navarro había sido "la mili del guionista", y que cuando nos encontrábamos dos exguionistas de Navarro, aunque no hubiésemos coincidido, teníamos anécdotas comunes. A las redactoras no las recuerdo, pero Mariló me dejó la impresión de que era culta, inteligente y lista. Por eso, a propósito de las chanzas de los últimos años, más de una vez he pensado si no será ella la que se está riendo del público... Al fin y al cabo, logró volver a la televisión nacional y tener presencia: algo no tan fácil.
Regresamos a la redacción con el sopor de la siesta. Era un día muy caluroso. Yo había madrugado para viajar a Sevilla, y entre la tensión del principio, la concentración para escribir el monólogo, la euforia de después y la comida (con alcohol), estaba muerto. Ellas se fueron a sus tareas. Cervantes no estaba. El único sitio donde sentarme un poco era el despacho de Carlos... y allí fui. Puse el asiento reclinable casi en horizontal, con la idea de echar una cabezadita de diez minutos (era lo único que necesitaba) y salir. No llevaba ni un minuto acomodado, con las manos en la nuca como el que acaba de echar un polvo, cuando se abrió la puerta. "Así que tú eres el famoso José Antonio". Era Carlos.
Me levanté con torpeza, le di la mano, cruzamos unas frases, las mías tímidas, las suyas frías, y me dijo que tenía que reunirse con Cervantes. Yo esperé entre las cajas y el ajetreo de la redacción, hasta que salió Cervantes y me dijo la frase que sustituye a "no" en el mundillo: "Ya te llamaremos". Más tarde me dijo Irene por teléfono que Mariló le había dicho que nada, que llegó Carlos, ella le contó lo simpático que yo era, que habíamos comido juntos y que era divertidísimo y genial, que era perfecto para escribirle los monólogos, y luego Carlos entró en su despacho, me vio en su sillón y en fin.
Supongo que venía también de un mal día. Espero que todos los que le aguardan en la Cope sean buenos. Y los de nuestro Bustos también.
[Publicado en Zoom News (Montanoscopia)]
1.9.15
Lo quieren todo
Ahora que se acaban las vacaciones (para quienes las han tenido), les confieso que me he pasado todas las que no he tenido (¡he estado entre esos!) intentando no hablar de las de Manuela Carmena. Ha sido uno de los temas columnísticos del verano y yo lo he dejado pasar, porque me ha parecido muy bien que la nueva alcaldesa de Madrid se fuese de vacaciones. Algo que se inscribía en la normalidad democrática de esta especie de infierno capitalista en el que, según sus socios políticos, estamos...
Pero al final me ha pasado lo que a aquel concursante –ya recordado aquí– que no lograba estar un minuto sin imitar a Chiquito de la Calzada. Lo intentaba, entre contorsiones, pero en el segundo 59 desistía: "¡No puídor, no puídorrrr!". He aguantado hasta el mismísimo final de agosto.
Cuando Carmena estuvo en Zahara de los Atunes no la critiqué; es más, critiqué a los que la criticaban. Cuando se fue a Buenos Aires no critiqué el viaje, pero sí su afectuoso encuentro con la presidenta Cristina Kirchner. Los seguidores del periodista argentino Jorge Lanata sabemos bien que los Kirchner han sido, en términos de corrupción, unos Gil y Gil (vaya por los dos, y contraviniendo lo de "el que no afana es un gil") peronistas. Pero además está la sospechosa muerte del fiscal Nisman en enero, justo cuando investigaba a la presidenta: algo por lo que una exjueza debería haber mostrado un poco de sensibilidad.
Pero mis críticas, como digo, no eran por su viaje ni por sus vacaciones, sino por su ominoso encuentro. Ha sido a su vuelta, al filo ya de septiembre, cuando he saltado. Me encontraba ya sensibilizado por el exhibicionismo moral de Ada Colau, que emitió un escrito sobre el drama de los refugiados en las fronteras de Europa que lo que expresaba ante todo es lo mucho que ella sufría (y quizá también lo cómodos que son los "grandes asuntos" para descansar de las responsabilidades municipales). Vi entonces a Carmena en el telediario diciendo sobre el mismo drama, en tono de prédica y con un quiebro en la voz: "No podemos estar tranquilos". Ella que hasta el día antes estaba tranquilísimamente de vacaciones.
Lo quieren todo: las vacaciones y la buena conciencia. Y ambas a tope, sin cuestionamiento, sin resquicios, sin grietas, sin ironía, como pasteles íntegros que se comen y nos tenemos que comer (nosotros, con patatas). Esa es la cuestión.
[Publicado en Zoom News]
Pero al final me ha pasado lo que a aquel concursante –ya recordado aquí– que no lograba estar un minuto sin imitar a Chiquito de la Calzada. Lo intentaba, entre contorsiones, pero en el segundo 59 desistía: "¡No puídor, no puídorrrr!". He aguantado hasta el mismísimo final de agosto.
Cuando Carmena estuvo en Zahara de los Atunes no la critiqué; es más, critiqué a los que la criticaban. Cuando se fue a Buenos Aires no critiqué el viaje, pero sí su afectuoso encuentro con la presidenta Cristina Kirchner. Los seguidores del periodista argentino Jorge Lanata sabemos bien que los Kirchner han sido, en términos de corrupción, unos Gil y Gil (vaya por los dos, y contraviniendo lo de "el que no afana es un gil") peronistas. Pero además está la sospechosa muerte del fiscal Nisman en enero, justo cuando investigaba a la presidenta: algo por lo que una exjueza debería haber mostrado un poco de sensibilidad.
Pero mis críticas, como digo, no eran por su viaje ni por sus vacaciones, sino por su ominoso encuentro. Ha sido a su vuelta, al filo ya de septiembre, cuando he saltado. Me encontraba ya sensibilizado por el exhibicionismo moral de Ada Colau, que emitió un escrito sobre el drama de los refugiados en las fronteras de Europa que lo que expresaba ante todo es lo mucho que ella sufría (y quizá también lo cómodos que son los "grandes asuntos" para descansar de las responsabilidades municipales). Vi entonces a Carmena en el telediario diciendo sobre el mismo drama, en tono de prédica y con un quiebro en la voz: "No podemos estar tranquilos". Ella que hasta el día antes estaba tranquilísimamente de vacaciones.
Lo quieren todo: las vacaciones y la buena conciencia. Y ambas a tope, sin cuestionamiento, sin resquicios, sin grietas, sin ironía, como pasteles íntegros que se comen y nos tenemos que comer (nosotros, con patatas). Esa es la cuestión.
[Publicado en Zoom News]
Suscribirse a:
Entradas (Atom)